Mis penas están de luto, mis penas ya no son lo que eran. Mis penas no son las de antes, las de antes sí que eran penas informes, eran y por así decirlo, penas que a duras penas yo sostenía. Vamos, que yo era un bulto de pena y era un ser sufriente desde la mañana a la noche. Las penas eran mis cadenas y mis grilletes y me arrastraba con estos complementos por donde iba. Podía resumir que en esa épocas mis días eran penosos y que mis alegrías se resumían a que durante un minuto yo me olvidara de ellas. Ya véis lo puede cambiar la vida, de aquellas era una alegría el olvido y ahora, el olvido es un signo de pena.
Después para que se diga que uno no cambia y yo puedo demostrar y con hechos, que yo soy como una moneda que según de que cara caiga así me comportaré. Fuí cruz y ahora soy cara, fuí infeliz y ahora, soy tirando a feliz y digo tirando, porque no lo soy siempre, pero digamos que mi tendencia vital está indicando el lado feliz. Pero nada de feliz y atontando, sino feliz y revolucionario, feliz y crítico, feliz y espabilado y feliz y enamorado de la vida y de sus acontecimientos, pues no soy de corcho, sino de carne y hueso.
Mis penas siguen existiendo y seguirán haciéndolo, pues las penas son sentimientos y el sentimiento es la energía que nos mueve. Por tanto, acepto mis penas y les doy sustento, pero digamos que ya no me regodeo o revuelco en ellas. Ahora les tengo asignada una parcela de mi vida y las dejo sueltas cuando yo quiero, pero ya no soy su esclavo. Hay días en que me lo paso cojonudo con mis penas, las pienso y las analizo y sobre todo las revivo, pero cuando empiezo a sentir su dominio les corto el grifo y venga penas a volver al redil, que tengo cosas más importantes que hacer.