Tu cara podía ser la mía,
pero no señor,
tu cara es diferente...
la tuya tiene brillo,
y la mía es cérea como una vela,
es triste, a veces,
y en otras, galopa sobre caballos de fuego,
y es dura como es la vida,
y es opaca cuando se nubla la vida,
y es risueña cuando sonríen las hadas.
Mi cara es tierna en los atardeceres,
y es un poco grotesca en los amaneceres,
es liviana cuando el viento la acompaña,
es húmeda bajo la lluvia,
y es sincera cuando la verdad, lo requiera.
Es mi cara,
mi cara que no la tuya,
mi cara verdadera, sin máscaras,
ni ornamentos, ni pinturas,
mi cara llena de surcos y arañazos,
mi cara envejecida, apergaminada,
descamada y agrietada.
Pero mi cara es mía,
y yo la reivindico,
con todas las consecuencias,
la reivindico,
con sus heridas de balas,
y con sus bolsas de ojeras colgantes,
y con sus cicatrices de mil batallas.