
No recuerdo bien lo de aquél día,
salvo algunos trazos difusos...
era septiembre,
hacía frío
la lluvia caía sobre tu pelo castaño,
eran las primeras gotas de lo que iba a ser un largo invierno,
recuerdo el agudo y molesto piar de gaviotas,
(siempre tocacojones)
un barco saliendo del muelle
un hombre dando gritos a otro,
en tono irritado y melodramático,
gesticulaba demasiado...
estaba nublado, como casi siempre,
nosotros tomábamos un café bien caliente,
y todo era observado desde nuestro lugar reservado
era la ventana que mejores vistas tenía al mar
yo en ese momento te dije algo así como...
algo tendremos que hacer con nuestras vidas,
¿hacemos algo o lo dejamos pasar?
y tú ni me miraste,
te mantuviste de lado
y para salir por la tangente, como siempre,
y al cabo de un rato
(a mi me pareció, un siglo)
abriste la boca pero para decirme otra cosa
¿Qué vamos hacer el fin de semana?
Yo puedo ser muy pesado, a veces,
pero de tonto no tengo ni un pelo
y si tú no quería hablar del tema,
pues vamos a ver, yo tampoco,
(orgullo estúpido no me faltaba)
al fin y al cabo la vida podía transcurrir como hasta ahora,
sin planificación y a salto de mata,
y con el consabido
¡mañana ya veremos!
otro café con leche... por favor,
y con el segundo café
mis palabras se anulaban definitivamente,
ya habría tiempo más adelante...
no hay que ser tan agonías...
y sino fíjate en el paisaje que tienes delante,
y entonces nos deslizabámos hacia un tiempo en silencio,
yo entraba en una especie de trance metafísico
y me iba de aquél sitio
me iba a otro lugar siempre más bello,
más bello en todo
pero sobre todo más bello de pensamientos,
y donde todo era paz y armonía,
no había sobresaltos,
ni había medias ni malas palabras,
ni exabruptos verbales,
ni malas caras,
ni gestos retorcidos ni torticeros,
y allí me quedaba instalado durante nosecuantos minutos,
por mi, podían ser horas o días
y hasta que tú me despertaba de mi sueño,
y con un simple...
¿nos vamos?
que llevamos más de una hora aquí,
decías a modo de letanía,
y yo te decía que sí,
un sí automático y robotizado,
al mismo tiempo que pensaba...
otra vez no hemos hablado de nuestra maldito tema pendiente,
después, volvíamos a casa
y cada cual se sumergía en sus tareas y cosas,
yo mientras encendía la chimenea... pensaba,
quizá podamos hablar el próximo sábado
y con esa vana esperanza me quedaba
pero yo sabía perfectamente que no va iba ser verdad,
sabía que el próximo sábado...
volveríamos a desayunar en el mismo bar,
veríamos el mismo muelle
con las mismas gaviotas emitiendo los mismos graznidos,
(igual de tocacojones)
el aire sería igual de frío y húmedo,
el hombre que la otra vez gritaba desesperado,
gritaría igual o más,
la ventana que nos separaba del resto de la vida, sería la misma,
el café estaría humeante, como siempre,
yo te diría lo mismo que el sábado anterior
tú mirarías igualmente hacia un lado
y para salir como siempre, por la tangente
y me dirías las mismas o parecidas palabras
¿qué hacemos éste fin de semana?
después vendría ese tiempo de silencio casi infinito,
donde yo me vuelvo a sumergir en mis sueños extracorpóreos
y tú al cabo de una hora me dirías
¿nos vamos?
que llevamos más de una hora, aquí...