EL NAZISMO DE CADA DÍA (Surrealismo laboral)

Yo reconozco que no soy un pedazo de pan y menos de pan blando, ni soy un angelito caído del cielo, ni una linda mariposita que revolotea entre las flores, mas bien soy lo contrario, soy un grano en el culo o una mosca cojonera y él o la que tenga que aguantarme lo compadezco por ello y no me refiero a nivel de pareja, pues éste tema es punto y aparte, me refiero a nivel de trabajo. Apencar conmigo desquicia y los vuelve como locos, claro que les pasa si ya había indicios de locura o que en su nacimiento su elctroencefalograma era una línea recta y plana. Y para ir directamente al grano hablo de la actualidad, por el camino dejé otra ristra de jefes impresentables y como no me puedo despachar por la vía que toca o sea a nivel laboral, pues uso la que me queda, la de escribir en mi blog. De paso así me obligo a no extenderme ni a meterme en detalles demasiado concretos y escabrosos, detalles que pueden herir y levantar susceptibilidades, aunque con lo que tengo pensado escribir, casi daría igual concretar que no concretar nada.

                              Pero vayamos al hoyo y al meollo. Tengo dos jefes supremos, una es la jefa absoluta y es más bien anodina, es como esas moscas tontas que sólo te tocan las pelotas y cuando le preguntas porqué, pues porque va a ser, porque lo dice ella o mejor dicho porque lo dicen sus jefes Peperos. Así que de ella no hay mucho más que comentar y para describirla mejor descripción quizá sea una mezcla de Esperancita Aguirre y Teresita de Calcuta o sea por un lado te unto y por el otro te la pego, claro que al final, siempre puede el lado malo, el de darte un buen palo.

                              Pero el personaje que aquí me interesa destacar es el otro elemento, mi otro jefe, el jefe de batalla. Su funcionamiento mental es el de un anencefálico o sea un tío sin cerebro, hueco por sus vísceras y hueco en su cerebro o un trozo de carne con ojos. De pequeñito debieron ponerle delante una zanahoria, digo yo que sería para estimularle su hueco cerebral y le pusieron como meta vital, que fuera un jefecito al que le gustara pisar cabezas o destrozárlas (según sus propias palabras) y se aplicó a conciencia. Aprendió rápido el muchachito y como pasa con todos los anencefálicos, aprendió de memoria una férrea disciplina, el ordeno y mando porque yo soy la hostia o sea que estudió en la escuela Hitleriana y allí hasta le condecoraron y le regalaron una linda esvástica que guerda con mucho amor y celo en el cajón de su mesita de noche. Éste nazi de mierda, no sabe lo que son las formas y menos sabe de inteligencia emocional, según él, eso son patrañas y mariconadas y que lo importante es que todos funcionemos bajo su vara de mando, que para eso hemos nacido, para ser mandados por él.

                         A veces pienso que yo los atraigo, pues no es el primero de ésta raza que me toca soportar. Y claro la cosa no tarda en saltar y cuando salta es un volcán en plena ebullición, es una pelea con cuchillos y navajas. Como el tío o cosa, es un resentido de mierda, cuando parece que todo vuelve a su cauce, va y viene con lo que ha pasado hace meses. Pero la tiene clara el nazi, se ha topado con un tío hecho de titanio, un tío incombustible y que además le encantan las peleas y más si en ellas se sacan los cuchillos y las navajas, entonces ya me corro del gusto. De momento vamos empatados, yo le dí una buena puñalada y él me la ha devuelto y ahora estamos en ese impas que hay después de la última batalla, en ese espacio en que cada uno está afilando sus armas, para ver si en la siguiente pelea la puñalada es la definitiva.

                          Aunque de cada vez estoy más convencido que si no tengo un nazi delante, al final me aburriría y lo acabaría echando de menos, con lo que concluyo que la puñalada no se la voy a dar defintiva, le iré dando pequeños cortes, para que se desangre poquito a poco, a modiño como se dice en mi tierra y así sufrirá más y por tanto yo disfrutaré mucho más que mucho, Disfrutaré hasta quedarme del revés.

JULIO CORTÁZAR