En mis tiempos ya lejanos, yo era el rey del bacalao o eso pensaba o me creía que yo lo era y cuando en realidad no era tanto ni mucho menos. Yo era y punto y sobrevivía y a veces vivía y tal y como ahora mismo me pasa cuando me empiezo a sentir viejo de cuerpo que no de espíritu. En realidad la vida no cambia tanto y lo que cambia son los actores y el decorado, pero no el argumento o guión de la película y porque el argumento se llama vida y a la vida hay que saber gestionarla o tramitarla (o eso dicen).
Y hay que hacer un curso de autogestión y de como cooperar con los demás que ni tan siquiera muchos de ellos los conocen (los hipotéticos casos gestionados desde arriba y sin conocer a los de abajo). Y ya puestos, hay que hacer otro curso cum lauden de doctorado sobre la gestión de la gestión de la gestión. Y por desgracia en ésta vida que nos toca vivir y a veces disfrutar o padecer, casi todos los que hacen ese tipo de cursos de gestión protocolaria y burocrática, nos acaban dirigiendo y dominando (aparte y claro está, de toda la legión de enchufados que ponen cara de haba y como si con ellos no fuera y porque saben perfectamente que han sido enchufados).
Al final y muy de vez en cuando, entras tú todo loco y todo pringado y como si te hubiera tocado la lotería y entonces las llevas por ambas partes y el de abajo se va a cagar en todos tus muertos y por ser un pringado de mierda que le chupa la polla al jefe y el de arriba se va cagar en tu cara de anodino payaso. En definitiva, el que pringa siempre es el de abajo, además de ese tipo que intenta ser algo más de lo que laboralmente es. Se llama el del medio y es el que lleva hostias por todas partes y de todos los lados y cuando se queja o protesta, los de arriba le dicen que ese tipo no sabe gestionar. Al final hay que nacer de clase alta o jugar muy bien al tenis o al golf o navegar en un yate.