¿Y yo que sé?


Yo hace muchos años, en mis tiempos jóvenes, tuve un amigo que se llamaba "Fito" de Adolfito se quedó en Fito (que entiendo que esto es una condena en sí). Y hace poco pude comprobar por las redes sociales, que ahora se llama A. (A de Adolfo) Telmo y yo ya no me acordaba de su segunddo nombre, Telmo y por eso tardé un mundo en darme cuenta de que era él. De 50 a 40 años han pasado y bueno, el hijo de puta sigue  pareciendo más joven de lo que es. Alguna de nuestras amigas comunes de aquellos lejanos tiempos, les parecía que era muy guapo. A mí, no tanto, quizá por celos y envidia o quizá, porque simplemente para mí no era un tío guapo. Yo creo que siendo sincero y dependiendo de la época, podía ser una cosa o la otra. Celos, los tuve. Resentimiento también. Indiferencia, la tuve a cubos y porque acabé pasando del tío problema. Las drogas y otras historias duras, acabaron por destrozar aquella amistad que yo pensaba que era de piedra de granito. Ni culpa de él, ni culpa mía, culpa de los dos y por no saber enfrentarnos a todo lo que nos rodeaba.

Yo no pido que me juzguen por ello, pero tampoco pido que ahora, nos vayamos a comer la boca. Lo pasado pasado está y más si han pasado 40 años. Por las redes lo ví en su honda de cuando estaba bien y por estar bien acompañado, porque pocas veces lo había visto bien sin estar a la vez, bien acompañado. Es triste este pensamiento, pero es y era la realidad y ahora, que nos quedan dos telediarios, lo digo con toda claridad. Después, desapareció de repente de las redes sociales y un día me enteré que era porque había muerto su mujer (que de verdad, lo siento). Intentó por el medio conectar conmigo y con sumo cuidado y con mucha prudencia me hablaba de cosas pasadas por agua, de nuestras épocas revolucionarias, de que fuímos camaradas y poco  más. Yo, le contesté una sola vez y porque no sabía quién era y porque de él y antes de nada, esperaba una disculpa por haber sido un devorador de  drogas que había actuado en plan apisonadora. Pero que va, él y sus circunstancias estaban por encima de sus anteriores hechos.

Y eso me encrespó y me puso de los nervios. Yo esperaba como agua de mayo esa disculpa previa y ¿para qué?. ¿Y yo que sé?.  Pero tampoco se me iba la vida en ello,habíamos acabado mal o fatal y después de 40 años...que se le puede pedir al mundo. En mi mundo hace mucho tiempo que no entra él y yo me niego a entrar en el suyo y entonces y en homenaje a lo que un día fuímos, le dedico estas palabras, palabras sin nostalgia pero muy herid



















Juan Carlos Onetti


 “Los hechos

son siempre vacíos,

son recipientes

que tomarán

la forma

del sentimiento

que los llene".

















ANTONIO MACHADO


 "Yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles,

como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse..."



















 

SE DESLIZAN....


Se deslizan mis manos,
se deslizan mis besos,
se deslizan mis penas entre tus trazos
y yo me deslizo junto a ellos
y yo me destrozo junto a tu cuerpo
y juntos...y juntos...,
somos más que dos,
somos tú y yo y nuestro pequeño equipaje
o es ¿nuestro secreto?
ese, que llevas en el hueco de tu espalda
y como si los secretos no se vieran
y formaran parte de la otra cara de la luna,
la oculta y la que no se ve,
pero esa misma es,
la que se siente sin que se pueda ver,
y hoy la luna se ha dado la vuelta
y hoy la luna se refugió dentro de tu hueco
y hoy la luna no quiere saber de penas.






















DESHACERTE DE ALGO (Jeff Foster)


¿Cómo te deshaces de la tristeza?
No te deshaces de ella.
Simplemente te deshaces
de la idea de 'deshacerte'
de la tristeza.
(El Corazón no sabe nada
acerca de 'deshacerse' de algo).
Entonces estás en paz,
cuando la tristeza llega,
cuando la tristeza se va...




































Pedir perdón ( Juan José Millas)


-Hay dos clases de personas -apuntó el taxista sin que yo le hubiera dado pie-: las que saben coger un taxi y las que no.
-¿Y yo a cuál pertenezco? -pregunté.
-A las que no.
Quizá, pensé, se me había olvidado darle las buenas tardes, pues andaba un poco preocupado por unas pruebas médicas que acababan de hacerme. Luego intercambiamos una mirada a través del retrovisor y él sonrió; yo no.
-¿Por qué soy de las que no? -inquirí.
-Usted debería saberlo -respondió secamente.
Me dolió que me tuviera esa consideración. No hacía ni dos minutos que me había subido a su coche cuando pronunció aquella frase que se podría aplicar a cualquier ámbito: Hay dos clases de personas: las que saben tomarse en el bar un café con leche y las que no. O bien: Hay dos clases de personas: las que saben pedir la hora por la calle y las que no. Etcétera.
Pedir la hora. Ya nadie hacía eso, ni pedir la hora ni pedir un vaso de agua en un bar. Te piden una limosna. Hay dos clases de asuntos: los que se quedan antiguos y los que no. Me vino entonces a la memoria una frase de A dos metros bajo tierra, una excelente serie de hace 20 años o más. Se la dice un padre a su hijo:
-Hay dos clases de personas: los otros y tú, y jamás llegaréis a encontraros.
Recuerdo que se me cortó la respiración, en su día, al escucharla, porque creo que nunca he tenido un verdadero encuentro con los otros. He vivido con ellos, sí, he trabajado y sufrido y gozado con ellos, pero un encuentro, lo que se dice un verdadero encuentro…, eso no, eso no ha sucedido. No era raro, por tanto, que tampoco supiera subirme a un taxi.
-Creo que lleva usted razón -le dije al conductor-. No sé coger un taxi, pero sé pedir perdón cuando me equivoco. Disculpe que no haya sabido entrar en su coche como es debido.
-Está disculpado -dijo y continuó conduciendo en silencio hasta mi destino.
Lo bueno es que no quiso cobrarme la carrera. Por saber pedir perdón.





















AUTOCONTROL


Autocontrol, me decían, me decían cuando me veían descontrolado. Y yo, hacía como si no escuchara y como si no fuera conmigo. Autocontrol me digo a veces y me lo digo cuando me veo desbordado. Autocontrol, me decían en aquellas charlas en que se hablaba de autocontrol. Y bueno, siempre lo decía el tío que en apariencia parecía ser el más controlado y como si el controlarse fuera tan sencillo y lo decía ese tipo que iba perfectamente trajeado y que medía sus propias palabras con una regla matemática y nunca y nunca se pasaba de la raya, ni elevaba la voz más de lo necesario. Era un psiquiatra comedido y equilibrado, parecía un santurrón obrando milagros y como si el autocontrol fuera un tema dependiente de la voluntad de cada uno y todo esto era para que los oyentes nos sintiéramos culpables y por no saber autocontrolarse. A ver, el psiquiatra tiene que saber venderse y no va a dejar que el tema resulte ser demasiado fácil y sencillo y que tú solito lo puedas resolver y porque para eso está él, para darte una medicación que ejerce de bomba en tu podrido cerebro y para darte unas herramientas que te irá dando y poquito a poco en 100 sesiones terapeúticas. 100 sesiones y eso es una pasta gansa. 

Pero hoy no vamos a hablar de pasta y porque para hablar de pasta está la economía del bienestar. Además, si tú acudes al psiquiatra es que estarás jodido del coco pero bien jodido de verdad. Uno no va al psiquiatra, para desfogarse y decir cuatro tonterías banales y uno va al psiquiatra, si no sabe en que lugar se encuentra y solo se enroca dentro su propio coco todo loco. Yo fuí varias veces a un psiquiatra y solo una vez me resultó positivo y porque el tipo se volcaba y veías que le jodía que no salieras del pozo en donde te encontrabas. La luz al final de túnel, no existía y era un mero espejismo con el que te engañabas. De todas formas, yo al final salí del pozo, pero creo que salí porque quise salir y no por lo que me decía, en éste caso, el último gilipollas que ejerció de psiquiatra conmigo. Salí porque me dió la gana y eso no explica para nada, el porqué pude salir de mi propio pozo.

Las únicas herramientas que me dieron, fueron: escribe al final de día como te fue el día, marca tareas para mañana y de nuevo, escríbelas y haz deporte y para cansar tu delicado cuerpo psicótico. Y eso es todo lo que me dieron. Por tanto y como conclusión, todo el trabajo lo realicé yo y mis inmesas ganas. Eso sí, lo de escribirlo todo, me ayudó a seguir escribiendo y en esa estamos ahora, escribiendo y curado de coco y sobre todo, satisfecho conmigo mismo.





























LA PUNTA DE UN ICEBERG

 Ahora todo es más difícil los reflejos van pidiendo un descanso los tendones se relajan y contraen menos y peor que antes la vista pide aux...