Un día paseando cerca del mar me encontré con una sirena. Una preciosa sirena con un fuerte olor a perfume marino. Le pregunté que era lo que tenía el mar y cual era su secreto para almacenar tanta belleza dentro de él y estar tan rebosante de felicidad. Ella me respondió:
que el mar tiene tanta belleza y está tan lleno de vida, porque el mar no necesita a nadie que presuma de ser humano. O esa fue mi traducción rápida de lo que ella dijo, pues ella me habló en el idioma marino, un idioma que no domino. Y eso que he recorrido mundo y puertos de toda clase.
Y tras esa explicación se fue al mar tan tranquila. Se sumergió y se perdió en lontananza y desapareció entre crestas de olas. Yo seguí paseando y dando vueltas y más vueltas a su respuesta:
El mar es así porque no necesita a nadie que se parezca al ser humano.
¡Manda carallo!, me dije.
Ese día de paseo y en el que hablé con la sirena, lógicamente no sirvió para resolver mis dudas más vitales. Así que seguí tratando de descifrar sus palabras de sirena. Así cada día me acercaba al mismo sitio en que por última vez la había visto y nada. Ella no se dignaba a aparecer.
Pasaron las días, los meses y puede que los años. Hasta que me di por vencido y casi me adapté a seguir viviendo sin tener esa respuesta.
Y casi me olvido de todo ello. Hasta que un día y por casualidad, iba dando un paseo con mi perro y la vi sobre una roca tomando el sol. No hizo falta preguntarle nada, pues ella respondió antes que yo le preguntara nada. Supongo -me dijo- supongo que no habrás resuelto el jeroglífico porque noto que ya no piensas en él... Y sin esperar mi respuesta, siguió hablando:
El mar me ha mandado un recado y si tú quieres, puedes conocerle en persona y así resuelves y de una vez por todas, tu rompecabezas vital. Tendrás que acudir a su cita y el mar... te convoca a que asistas esta noche con la luna llena al Faro del acantilado. Estupefacto me quedé y por supuesto le dije que sí, que si iría.
Llegada la noche mi corazón no cabía dentro en mi pecho (era un galgo trepidante a punto de reventar) y su ritmo se aceleraba a cada segundo que pasaba. Así que a las 10 de la noche estaba sentado al lado del Faro y viendo a las olas como rompían a lo lejos bajo mis pies. En una de ellas el mar levantó su lomo de ola de nácar y me envolvió una inmensa ola que con su fuerza me arrastró tras ella. Pensé que ya estaba muerto o que me iba a morir de inmediato, pero ¡que va!. Allí seguía flotando y nadando como un jabato y viendo al mar por dentro y enseñándome sus profundidades más íntimas. Mientras tanto el mar me hablaba y con una música acompasada por el movimiento de las olas, me decía:
si tú buscas el secreto que yo tengo guardado en el fondo marino, tendrás que acompañarme, pero primero vacía los bolsillos de todo lo que necesitas, pues aquí en el fondo marino, no vas a necesitar nada. Y así lo hice. Vacié mis bolsillos por completo y acompañe al mar hasta sus profundidades.
Cuando ya casi tocaba con mis pies el fondo, el mar me dijo con sorna: ¿Te has acordado de respirar? y yo le dije la verdad: pues no, no me he acordado de llenar mis pulmones. Y a continuación con una sonrisa irónica y un poco piadosa se despidió de mi, no sin antes decirme: ahora ya sabes mi secreto. No has necesitado respirar hasta que yo te lo he preguntado y sin más desapareció y al final me acabó vomitando sobre la arena de una playa. Aún confuso y un poco aturdido por su respuesta, dirigí mis pasos y como mejor pude, hacia mi casa. Entonces que me quiso decir, ¿ qué yo puedo ser feliz si no necesito a nadie?. Me interrogaba y me obsesionaba un poco más a cada paso que daba.
Al día siguiente seguía pensando en sus palabras y entonces empecé a entenderlas. Pensé, yo seré feliz si consigo no necesitar, si llego a ese estado en que uno flota sin necesidad de los demás. Tu propio estado, único e independiente (como el de Ikea), en donde los demás están y tú estás con ellos, pero ya nunca más te impondrán sus necesidades perentorias. Desde ese día veo a la gente distinta, la oigo y la escucho, les hablo y les hago caso, pero mantengo las distancias necesarias para que cada uno tenga su vida y su resplandor. Y desde ese día entendí al mar y empecé a entenderme a mí. ¡Tampoco es tan difícil!.
Como veis y podéis comprobar
Os he contado un bonito cuento
que casi nada tiene que ver con la realidad.
Pero bueno...
que nadie nos quite
el derecho de soñar.