
Para tragedia la que sufrieron los árboles durante la borrasca Filomena. Recuerdo que había hecho una pintada y un muñeco de nieve con la frase “Siempre que nieva tengo cinco años”, el primer día de nevada, que fue muy suave, pero durante la madrugada del segundo día cayó la tormenta de nieve de verdad, tan grande que yo, que estaba en el garaje donde trabajo, me preocupé muy en serio y hasta barajé la posibilidad de borrar la pintada cuando llegara a casa, pues pensé: “Se va a despertar Madrid con noticias de “300 madrileños muertos por la tormenta de nieve” y mi pintada no va a hacer ni puta gracia, tampoco a mí”. Pero la tormenta de nieve languideció un poco sobre las cuatro de la madrugada y no hubo que lamentar por fortuna una tragedia humana. La tragedia verdadera la sufrieron los árboles, en los que nunca pensé para nada: solo días después me di cuenta de que casi todos los árboles de la calle Camino Viejo de Leganés estaban partidos. Dos semanas más tarde, cuando fui por primera vez al parque Emperatriz María de Austria, comprobé la magnitud de lo que había pasado: casi todos los árboles estaban heridos, algunos desmochados, y la situación de algunas especies como los pinos era dantesca, con todos sus ejemplares afectados. Aún hoy, a punto de entrar en abril, no se han podido retirar todos los daños que han sufrido los árboles y los empleados del ayuntamiento siguen trabajando a contrarreloj. No sé dónde leí que, de los 1.700.000 árboles que tiene Madrid, el 60% estaban afectados y más de 100.000 no se iban a recuperar. Y lo curioso es que la sociedad no ha vivido esto como un drama, ningún diario ha sacado un titular a cinco columnas con esto, no se piden comparecencias de los gobiernos, no se hace ningún monumento conmemorativo, nadie piensa en qué se podría hacer para evitar una tragedia así en la próxima nevada…
—O sea, Batania, que tú quieres banderas a media asta y tres días de luto oficial por los putos árboles, no me tomes el pelo.
—Calla, gilipollas.