Yo soy de palabras las justas,
ni que sobren ni que falten
ni que sean misiles de consecuencia
para perforar las conciencias,
pero si tuviera que tirar de un lado,
prefiero la claridad al oscurantismo,
prefiero la luz de la luna a la luz de una farola,
me entusiasman los muelles en otoño
y su olor a mezcla de gasoil con agua y espuma,
y mientras tú sonríes como una sirena,
(esto fue un lapsus)
prosigamos con lo nuestro
parte del día lo pasaría en el muelle,
mejor en el silencio de la mañana,
cuando la niebla se muestra perezosa
y sigue pegada al manto de agua,
y el sol asoma tímidamente sobre la montaña.
Mi padre me llevaba a ver los barcos en los muelles,
y yo iba como un niño con zapatos nuevos,
y creo que el olor a brea y pescado se me quedó pegado,
y los agudos chillidos de las gaviotas, también,
ahora escucha a una gaviota
y de nuevo me veo en aquellos viejos muelles,
con la voz de mi padre explicándome
porque ese barco tiene esa forma
y porque tiene que realizar esa maniobra para el atraque,
y yo, pobre ignorante,
mirándolo con inusitada extrañeza,
porque mi padre se envolvía en sus propias explicaciones
y al principio, me encantaban
pero después se iba aturullando de tal manera
que siempre repetía, no una,
sino un millón de veces la misma explicación
y era empezar a hablar mi padre,
y mis oídos se cerraban a cal y canto.
Ahora pienso que no era para tanto,
que debí escucharle más y más veces,
que debí de ayudarle a salir de su oscuridad vital,
que tenía que haber puesto más ganas y hacer un mayor esfuerzo,
que a lo mejor al final,
lo hubiera entendido un poquito más,
pero no,
yo me encerré en banda y cerré mi caparazón
y cuando un día quise hablar con él,
ya era demasiado tarde
se había ido al mundo de la depresión
y sus últimos años de vida,
fue un pobre ser que estaba más muerto que vivo.