Ahora con la perspectiva que da ver la vida desde la lejanía y con ese poso que te dan los años, es decir, vista la vida con el prisma del paso de la apisonadora de la edad y desde esas ganas entusiastas que tengo de descifrar los misterios que me he ido encontrando, yo llego a preguntarme, si a mi vida le tengo que poner un sello, un sello que resuma si he tenido una vida normal o anormal o paranormal. En definitiva si me he desenvuelto dentro de los parámetros de la normalidad o fuera de ellos. El que ponga un sello u otro, es un juego, pero un juego que me puede ayudar a saber por donde me he movido. Si concluyo que mi vida fue normal, entonces la anormal o paranormal fue la vida de los demás, pues parto de un principio irrefutable, mi vida no se parece en nada a la de los demás o mejor dicho y para ser exactos, en muy poco. Y al revés también vale o sea, si mi vida estuviera fuera de lo normal, la de los demás sería normal.
Esto que describí anteriormente lo he comprobado in situ y me pasó varias veces, y para mi la más evidente de todas fue cuando fui estudiante en Santiago. De aquellas era un tío que irradiaba y me mostraba seguro de mi mismo, con aires de líder y de mangonearlo todo. Y me forjé buenos amigos, pero también unos cuantos enemigos, enemigos que yo ni sabía que los tenía y que sólo estaban esperando el momento propicio que darme el golpe mortal. Y llegó ese momento (porque tenía que llegar) y fue cuando dejé mis actividades revolucionarias y sus moviditas y porque se me cayó el sombrajo, pues no me quedó otra, que enfrentarme a mi propia realidad y que era bastante desastrosa. Acumulaba asignaturas pendientes y de varios cursos y aquello se me puso cuesta arriba. pero lo hice, me enfrenté con uñas y dientes, y a pesar que por el medio algunos antiguos compañeros y algún amigo que parecía amigo, tomaron venganza y se cebaron conmigo.
Y no exagero nada, así fue y así lo viví. Cuestión vengativa fue mucha y de resentimiento mucho más que mucha. Aún a posteriori, traté de entender porque creé tanto resentimiento y varias veces me puse en el papel de mis enemigos escondidos y pude sentir que sí, que pude haber hecho daño y aunque no fuera mi intención. Pero esas cosas no se remedian con venganzas tontas y sanguinarias, pues yo me levanté de nuevo al cabo de unos cuantos meses y por fin entendí que habían sido otros tiempos y punto y además, salvé los muebles que no del todo se habían hundido. Y si a alguno me llevé por delante en esa época, pues fueron bajas colaterales y que se jodan y se retuerzan en su puta envidia.
Lo que yo realmente pienso, es que cuando estoy bien, soy un tío que irradia bastante y que imanta (hasta cierto punto) a las personas que tengo alrededor y no lo hago a base de estrategias y tácticas, lo hago con la naturalidad que me han concedido. No pienso desaprovechar esa especie de cualidad y además, la pienso exprimir hasta su última gota. Lo malo y como dije antes, es cuando empiezo a bajar mi tono vital. Al principio, no quiero reconocer que estoy bajo mínimos y entonces tardo demasiado tiempo en darme cuenta de que estoy hecho unos zorros.
En fin y concluyo, en el fondo me da igual ser normal, anormal o paranormal, me importan las tres cosas un pito. Y el saltarme las reglas, para mí sólo tienen dos límites: uno, que no me joda demasiado mi vida y la otra, es que traigan consecuencias sobre mis hijos, entonces apago y me voy y me vuelvo al punto por donde salí por la tangente (lo tapo, lo pego y pongo cara de que aquí no ha pasado nada). Aparte de éstas dos cosas, lo que me importa más y por encima de todo, es seguir sintiendo con la misma intensidad que ahora siento y si para ello es imprescindible saltarse las reglas, yo seré el primero en saltármelas y que el mundo explote y que por mi se vaya a tomar por el culo. (ye dije que todo esto es relativo si yo me estoy jugando el cuello de verdad o son mis hijos las posibles víctimas)