Ella, con ojos de perdida y de que me dejes en paz.
Él, mirándola fijamente pero así todo...ausente.
Los dos, en el silencio más absoluto,
y dos tazas de café humeantes.
Él fumando un cigarrillo en plan compulsivo,
Ella loca por fumarlo.
La mano de él se había apartado de la de ella,
y ahora manoseaba su mechero
y al ritmo frenético que marcaban sus nervios.
Ella mientras tanto, se alisaba el pelo,
y un silencio, un tenso y largo silencio,
se creó entre ellos,
y de fondo gritos de niños,
y en la plaza pasos sin rostro que se iban alejando,
y voces y susurros en oleadas
y después,
el silencio seguía insistiendo,
y los dos se cruzaron la mirada,
y ni un esbozo de sonrisa,
ni nada que indicara una posible tregua,
ella carraspeaba de forma tensa,
él se revolvía incómodo en la silla.
Al fin, los dos se encuentran,
y mantienen firme su mirada uno en el otro.
Un desafío, un reto de altivas espadas,
ninguno de los dos pestañeaba,
sus ojos buscaban un punto débil o una fisura en la pupila del contrario,
o algo que indicara una duda,
y así pasaron los minutos,
o quizá fueran horas,
pues el tiempo ahí no se mide, ni se compara con nada.
Ahora los dos van acercando sus manos,
y poco a poco se tocan los dedos,
y cuando el silencio se rompe al paso de un coche,
él pone su mano sobre la de ella,
y por fin, rompen el rigor mortis de sus ojos,
y se percibe un atisbo de cariño,
una pequeña luz que crece intensamente,
y que les inunda de amor su humor acuoso,
y sus ojos se tiñen de lágrimas,
y con un beso tierno,
sellan por fin, su paz.