UN PEDAZO DE NADA (Juan J. Millás)

Estamos sucediendo todos los segundos, todos los minutos, todos los días, todas las semanas, todos los meses, todos los años de nuestras vidas. Cada latido de la sangre es un suceso; cada respiración, un acontecimiento; cada parpadeo, una aventura. ¿Cómo averiguar si llegará el siguiente parpadeo, si sobrevendrá la respiración sucesiva, si comparecerá el próximo latido? ¿Quién sabe, cuando se mete en la bañera, si volverá a salir de ella? Se me ocurre esto mientras subo las escaleras porque el ascensor está averiado. El esfuerzo me hace consciente de la condición accidental de la existencia, de la calidad de peripecia de todas las biografías. Entonces suena el móvil. Es un señor que me ofrece gigas sin límites a un precio de risa.
- ¿Quiere usted decir gigabytes? -pregunto.
-Eso es, gigabytes
-Estoy subiendo unas escaleras -le digo.
-Pagará menos de la mitad de lo que paga ahora -insiste.
Cuelgo y continúo mi ascenso pensando ahora en este comercio nuevo, el de los bytes, de los que hablo a veces sin saber nada de ellos, más allá de que constituyen una unidad de almacenamiento. ¿De almacenamiento de qué? De datos, supongo.
Me parece mentira que las compañías telefónicas se hagan millonarias con la venta de esa cosa inmaterial. ¿Dónde adquieren los bytes estas compañías? ¿O los cultivan ellas? ¿Podría yo tener un huerto de bytes como el que tiene un huerto de lechugas?
De modo que una unidad de almacenamiento. ¿Podríamos decir que un byte es un cofre digital, un joyero en el que guardar nuestras riquezas virtuales? Soy capaz de imaginar el tamaño de una botella de un litro, pero ignoro cómo representarme un byte. O un gigabyte, que son mil millones de bytes.
Acabo de llega al sexto piso casi sin darme cuenta, enredado en estos pensamientos. Pero respiro mal. Y ahí es donde caigo en la cuenta de que estoy sucediendo, de que soy un suceso que en cualquier momento puede dejar de suceder. Una ocurrencia que en cualquier momento puede dejar de ocurrir. Una mota de polvo llevada por el aire. Un pedazo minúsculo de nada. Suena otra vez el móvil, pero no lo cojo.
EQUILIBRIO IMPERFECTO
Yo no disfruto viviendo eternamente en un jardín lleno de flores, me gusta sí (más bien me encanta), pero no de continuo y siempre conviviendo con las mismas plantas y flores. Pues a mi también me gusta el campo con sus malas hierbas, me gustan los desiertos y los descampados de los barrios, igual que me gusta el mar y el bosque y el agua de un río. Me gustan los contrastes y no sólo verlos, sino que también, vivirlos. Hay personas que buscan sólo el equilibrio perfecto y se fijan esa meta para andar por la vida, la meta de la perfección del equilibrio perpetuo. Yo eso lo respeto, pero no lo comparto, pues yo busco siempre el equilibrio, pero a base de andar de un lado al otro un poco descontrolado. Hombre, sin escorarte demasiado hacia un lado, sino después ni equilibrio ni hostias. Las personas que se escoran demasiado hacia un lado, se quedan encasquilladas o en la depresión o en la euforia constante de su inmensa alucinación.
Yo viví escorado durante mucho tiempo hacia el lado de la depresión y la verdad es que no saco grandes conclusiones. Quizá, que se sufre demasiado gratuitamente. Quizá que sólo te ves tu ombligo. Quizá que te encierras tanto en ti, que al final no sabes como salir de tu propia celda. Pero por suerte no muchas veces más. Pero en concreto de esa vez, fue un puñado de años. Y sinceramente el quizá que yo más siento, es el haber perdido todo ese valioso tiempo. Tiempo echado por la borda y ese es el quizá que más me duele y más me sangra.
Ahora bien, ¿qué sería de mí sin ese tiempo perdido?, ¿podría estar como estoy ahora?. Puede que sí, pero eso no tampoco me reconforta, pues igualmente me sigue doliendo el tiempo perdido. Por eso mi obsesión no es tener el equilibrio perfecto o imperfecto (que también). Mi obsesión, es recuperar el tiempo perdido y por eso no me doy licencia para entretenerme, ni para pasear, ni para darse una vuelta por el precioso muelle de mi pueblo. Lo mío es obsesivo y no entro en si es lo correcto (que estoy seguro que no, que no lo es), por eso hablo de mi equilibrio imperfecto (mi obsesión, es otra de mis imperfecciones). Hay que tener en cuenta, que no existen fórmulas magistrales y universales sobre el equilibrio de una persona. Hay líneas maestras y como tales, son imperfectas y se hacen aún más imperfectas cuando cada persona se las aplica o se las adapta. Parto que cada persona es un mundo distinto. Por tanto, cada uno debe buscar su equilibrio, su equilibrio imperfecto. Yo mientras tanto, sigo ganando el pulso al tiempo o mejor dicho, pensando que se lo gano y haciendo lo que puedo con mi equilibrio imperfecto.
UN DÍA ESCRIBIRÉ ESTO (Pedro M. Martínez)
Un día escribiré esto.
Hambre
El kayac sueña con un mar abierto, sin hielos.
El cuchillo sueña rojo. En las frías estrías de rifle
del hambre no se abre ala alguna.
El arpón apunta a mi escuálida mujer
y ve una foca detrás de su arrugada piel.
Halfdan Rasmussen (1915-2002)-

Isabel, amanece poco a poco, que es bastante; te pienso mientras el todo terreno de J atraviesa el límite de la noche y nos trae de Santander.
Negra la mañana, sí, negra y peligrosa la autopista, con jirones de niebla. Miro y tú no estás a mi lado, pero detrás están V y ¿¡? (no sé cómo se llama) con los que he compartido el dichoso (y largo) curso de gestión documental. Hemos madrugado para llegar a Bilbao, al aeropuerto.
Conversamos de esto y aquello, discrepo de algunos planteamientos, para no llegar a una discusión intento dar un giro amable a la charla (aunque me fastidia renunciar a mis principios de trabajador, resabios de conciencia de clase, de mis ancestros, de otras luchas, puño en alto, barricadas, huelgas, carreras, coches cruzados, fuego, despidos masivos).
Cambio el tema y hablamos de los vascos (ellos son valencianos), de la vida aquí, de gastronomía, de trivialidades y me entra un sopor producto del movimiento del coche, de lo que he madrugado, de que prefiero pensar en ti y abro los ojos y estás a mi lado y Janis Joplin nos está chillando Try, jus a little bit harder y cambio a música italiana, acaricias mi nuca, te cuento que en el curso solo había una chica, Julia, que estaba a mi lado y era dulce y lista, pero que la miraba y solo veía tu cara, y que bien que hayas venido, acompañándome y dejas tu mano en mi entrepierna y me inquieto, me excito, acaricio tu mejilla, reímos, cambias el CD y Handel nos invade con su majestuosidad, tú comienzas a llorar dulcemente, sin ruido, se deslizan lágrimas por tu cara, caen a tu pecho, las busco, quiero beberlas, quiero sorber tu llanto y nos miramos, doy un giro de volante y salgo de la autopista, conduzco a toda velocidad por una sinuosa carretera vecinal ¿dónde vamos? –dices-, al cielo –contesto, y ahí, al fondo, brilla el cartel de neón, Hotel, el recepcionista nos mira, no, no tenemos equipaje, nos da la llave, primer piso, subimos, riendo, dejamos las gabardinas sobre una silla y nos abrazamos, tu saltas y me abrazas pasando las piernas por mi cintura, así, acrobáticos, nos besamos y besamos, riendo, no puedo contigo y caemos sobre la cama y cuatro manos se vuelven locas y se afanan en soltar botones, aflojar nudos de corbata, bajar cremalleras, quitar botas, zapatos, apaga la luz –digo, me miras, sueltas una carcajada y sigues tu tarea de quitarme la camisa mientras te bajo la falda y chocan nuestras cabezas, me muerdes, ay- grito- te hago cosquillas, te suelto el cierre del sujetador y lamo tus pezones oscuros, con delicadeza extrema, tan lento que mi lengua quedaría la última en cualquier carrera, estamos tumbados sobre la cama y aún nos queda alguna prenda encima, nos miramos y decimos a la vez, uno, dos y tres, estamos desnudos y nos miramos, nos arrodillamos sobre las sábanas y sin dejar de mirarnos a los ojos nos acariciamos justo con el último milímetro de los dedos, casi parece el roce de un suspiro, hace calor, o lo tenemos, paso la palma de mi mano por tus glúteos, busco el interior de tus muslos, te encoges levemente, se nos nubla la vista, espera –digo –salto de la cama y apago la luz, ¿dónde estás? –susurras- y me acerco, te busco , mis labios se pierden en tu húmeda intimidad, en tus labios que se mueven y mi lengua, de pronto, quedaría la primera en cualquier carrera y se mojan las sábanas de mi saliva, de ti, de nuestros sudores y me dices –ven- y obedezco y los dos estamos gimiendo como almas en el purgatorio e insistes, ven, ven y ya no puedo sino entrar en ti y perder el sentido, movernos como dos amantes que se conocen de siempre y darnos, ser uno, gozarnos, bañarnos de palabras dulces, gritas y digo –nos van a oír- y tú dices, -calla, tonto, no nos conoce nadie, sigue- y sigo y sigues, y estás sobre mi y aprisiono tu cuerpo entre mis brazos con dulzura y te sujeto las caderas, tus pechos, mi sexo en el tuyo, sobre ti, ven, colócate así, no te muevas, muévete, ay, espera, sigue, más rápido, más rápido
y el coche ha patinado en una curva, despierto, los árboles pasan raudos por las ventanillas, ruidos en la carrocería, damos vuelta de campana, nos golpeamos contra el techo, las paredes, gritos, sonidos extraños, metálicos, luego silencio y al tiempo, mucho tiempo, demasiado tiempo, una cara asustada se asoma y solo puedo decirle ¿Isabel?, pero me duele, me duele tanto. No sé dónde están J, ni V, ni el otro, ese del que no sé el nombre. Todo está oscuro y tengo miedo. Ha comenzado a llover. Cortázar y yo ya lo hemos vivido antes. Duele.
Eh, ya hemos llegado. Cómo duermes, has roncado. ¿Quién es Isabel? Repetías su nombre. A las once tenemos reunión.
PARÍS SIN EL ESTEREOSCOPIO (Leopoldo María Panero)

recuerdas el que vivía antes en el piso de arriba y echó a su hija de casa y se oían los gritos y luego él tiró sus
muñecas al patio porque ella todavía conservaba sus muñecas y allí estuvieron entre toda aquella basura y
las miramos que no se movían y ya no se oían los gritos hasta que se hizo de noche
y luego el portero debió de recogerlas a la mañana siguiente
algunas sin brazos
las estuvimos mirando toda la tarde mientras iban perdiendo
forma hasta que oscureció y no pudimos verlas y luego cuando
me desperté a medianoche pensé «ya no queda nadie para
vigilarlas»
(Leopoldo María Panero)
ALEJANDRA PIZARNIK

El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser doscamino del espejo:
me come y me bebe.
(Alejandra Pizarnik)
OLVIDAR...NO
Olvidar...no,
olvidar es luchar contra la memoria grabada a fuego,
y lo que fue... fue...
y lo que ahí está
ahí se debe quedar.
Y olvidar ¿qué?
que fui olvidado
o que me olvidé de que te había olvidado,
olvidar es quedarse en medio del vacío de la noche,
olvidar es renunciar a lo aprendido
y es renegar de todo lo vivido
y ya sea bueno y ya sea malo.
CIEGOS

Hoy nos bendice el sol después del temporal. Sol limpio y nítido y es tan limpio y tan brillante que en cambio de tener rayos solares debe tener diminutos microcristales y que por eso duele tanto en la piel. En ésta vida hay claridades espasmódicas y ésta es una de ellas. ¡Joder! a otros se le aparece la virgen y no pasa nada con ellos, es más, encumbran a estos cuatro colgados a la categoría de seres hipersensibles en el terreno milagroso y a lo mejor los mendas estaban celebrando un puto aquelarre y simplemente fueron pillados con las manos en la masa. Y lógicamente antes de morir en la hoguera del pecado y por el puto pecado del aquelarre, lógicamente han preferido salir como putos héroes a los que se le apareció la virgen. Pues a mi la virgen nunca se me apareció, en cambio he visto el rayo verde en una puesta de sol.
Ahora bien, tengo que decir que ese día me dicen que ese rayo es rojo o es negro y seguro que también lo veía. El ciego era espectacular. Eran tiempos de hacerle la competencia a los verdaderos ciegos. Que por cierto ahora que lo pienso, quedan muy pocos. Ni siquiera los "ciegos" que venden el cupón de la once son verdaderos ciegos. Normalmente son como mi ex vecino de enfrente que también vende cupones, es decir son diabéticos incurables o hipertensos a punto de petar o depresivos crónicos que o venden cupones o sino se van a suicidar. Y claro es más productivo para la sociedad y para cualquiera, ponerlos a vender cupones.
Quién me iba a decir que acabaría por echar de menos a mi vecino de enfrente. Ese que se zampaba en un suspiro unos pedazos (pero pedazos) de bocatas todos grasientos y pringosos y con su inmensa barriga desbordante asomándole por la ventana (le encantaba sacarla a tomar el aire). La vida es así, la vida te da sorpresas y no siempre son agradables.
Había otro vendedor de ciegos en el pueblo, que también tenía su aquél de punto y su aquél de historia. Éste era goloso diabético y estaba gordo como un zollo (era inmenso de anchura y estatura) y en cuanto podía y le dejaban, tenía un pastel en su puta boca golosa. No sé, yo llegué a pensar que le quitaron del medio y porque se zampaba tantos pasteles que llegó a darle un coma diabético. Pero éstas son suposiciones de pueblo, que no suelen tener mucha base científica.
Hay un tercer vendedor, que lleva unos cuantos años haciendo la calle y que debe vender muy bien, pues lleva el control del puesto de venta de cupones de la mejor esquina del pueblo. Que sólo es una. Pues a éste no sé lo que le pasa en concreto, pero lleva una especie de peluca toda griñosa y a la mejor está contratado en la once por seborrea alopécica con escamas y perlas de grasa.
Y hubo un cuarto elemento que lo pillaron con las manos en la masa, no sé muy bien lo que hizo pero sé que hizo trampas con la pasta y hacer trampas en un pueblo donde somos cuatro gatos y un perro sarnoso, pues es fácil de suponer y saber lo que pudo pasar...Y éste tampoco era ciego de los de verdad, el tío estaba más gordo que el segundo zampabollos que antes había mencionado y ni siquiera se podía sentar en un taburete de la barra del bar. Es de suponer que padecía de diabetes golosa, de hipertensión por las nubes y de sus más de 250 kilos de grasa ganada a pulso y con el sudor de frente. No sé muy bien como acabó la cosa, pues de repente no lo volví a ver más...Supongo que todo acabaría en pies en polvorosa.
EN BILBAO (Pedro M. Martínez)
En Bilbao.
No esperar de la vida para no arriesgarla; darse por muerto, para no morir.
Yo no estoy muerto, estoy enamorado.
Quién nunca ha estado en Bilbao, o no la haya visitado desde hace tiempo, puede pensar que es una ciudad gris, triste y fea. No lo es, en los últimos años Bilbao se ha convertido en una capital luminosa, alegre, risueña, tendida al lado de la ría que sube y baja, que se mira en el reflejo del Guggenheim, que se llena de puentes y jardines, de barrios que crecen por las montañas que la rodean.
En uno de estos barrios me ocurrió. Sentado en un banco de los jardines sobre la calle Miravilla, mi mirada se perdía hasta el Abra, resbalaba por el monte Artxanda y al girarme para observar los bloques y bloques de casas edificados en los terrenos donde estaban las antiguas minas de hierro, la vi. Me miraba, eso me sorprendió, desde que Sole me dejó -por triste, dijo ella- me había vuelto invisible ante las mujeres, o eso me parecía.
Para mi sorpresa se acercó sonriendo y empezamos una conversación sobre esto y aquello. Me dijo que vivía en esa zona desde hace unas semanas y que no conocía a nadie. La invité a tomar un café en un bar próximo y seguimos hablando, sobre todo de literatura. Rosa –así se llamaba- escribía poemas, le gustaban Valente y Gamoneda, también algunas cosas de Neruda y Benedetti, el Borges poeta. Era bella.
Me invitó a subir a casa para enseñarme sus obras de arte y al decirlo su rostro brillaba. Al entrar en el piso me agradó la decoración, el buen gusto al escoger los cuadros, la biblioteca repleta. Las cortinas oscuras creaban una penumbra agradable. Ponte cómodo- me dijo- ahora vengo. Me dediqué a curiosear los libros alineados, entonces volvió Rosa, desnuda. Me quedé tan sorprendido que no supe reaccionar. No des la luz –dijo- mientras comenzaba a besarme, me quitó la corbata, la chaqueta, los botones de la camisa uno a uno, me hablaba con una voz tan dulce que pensé que hasta entonces yo había vivido en otro país. Tócame, ámame -decía-. Y a eso me dediqué con todo mi deseo, con el ansia de meses, con la torpeza del neófito, con la entrega del obediente, con la cautela del inseguro. Acaricié su cuerpo con lentitud, demorándome en su espalda, las caderas, los muslos. Besé su cuello, la nuca, los pechos, sus pies. Ven -susurró- y entré en ella y sus suspiros. Fue intenso, tan bello que empezamos de nuevo. Después, en la calma, mis dedos siguieron tocando su cuerpo aún estremecido. Entonces fue cuando lo noté, unas marcas bajo su axila derecha, varias, profundas. ¿Qué te ha pasado aquí? – pregunté. Cambió su cara, se puso seria. Vístete- dijo- vete. Me empujó hasta la puerta sin hacer caso de mis protestas. No esperé al ascensor, bajé por la escalera, busqué mi coche y volví a mi casa sola y silenciosa. Allí me senté a fumar cigarro tras cigarro, confuso, sorprendido, triste después de haber amado.
Han pasado unos días, he regresado a ese barrio tratando de encontrarla. En mi confusión ni siquiera le pedí el teléfono, no recuerdo la calle ni el número del portal, todas las casas me parecen iguales. La he buscado, he preguntado por ella, nadie la conoce. Estoy preocupado, creo que me enamoré, creo que estoy enamorado. Pero sobre todo está lo de las marcas. ¿Y si...? la cuestión es que desde entonces apenas puedo dormir, que estoy nervioso, inquieto, desasosegado.
Por eso si alguien viene a Bilbao – ven y cuéntalo- puede encontrarme en el mirador sobre la calle Miravilla, de espaldas a mi ciudad, escrutando cada ventana, cada mujer que se asoma, cada señal de mi cuerpo, cada latido aprensivo, infeliz, lleno de miedo, enamorado. Aún.
CASI SIEMPRE

Casi siempre
he vivido sin vivir en mí
y ahora,
que he encontrado éste cuerpo,
en el que vivo y a veces, pernocto,
quiero darle unas manos de pintura
a mis partes más oxidadas,
ahora tengo obligación de cuidar mi cuerpo
y limpiar mi alma y por tanta mierda acumulada.
PUERTO (Pedro M. Martínez)

Hoy he vuelto al pueblo. Está casi desierto. Las barcas, alineadas, cabecean en la pleamar. Los gatos ni nos miran. Aquella ventana era la de Vicente y Charo. En aquel balcón se asomaba Iñaki. En esa piedra nos sentábamos cuando volvíamos de la romería de Aingerutxu.
Comienza a llover. Aquella casa era la de Begoña. En la de al lado vivía Mikel. Sigue el bar de Santi. Las redes están recogidas. La cofradía, cerrada. Seguro que desde las casas de arriba alguien vigila nuestro paseo nostálgico por los muelles.
Cierro los ojos y el pueblo se llena de siluetas, de olores, de sol de verano, de risas, de un tiempo feliz, pasado. Mi padre no bajará nunca más por esa sinuosa calzada. Abro los ojos. Un pescador rema para salir a txipirones. La mar está rizada.
Vamos –digo-. Y al subir la pronunciada cuesta dejo atrás tanto espacio de mi vida que hasta que pasamos Gernika no vuelvo a hablar.
NO ME DEFORMO DEL TODO AL PASAR UN OJAL

No,
no me deformo del todo al pasar un ojal,
siempre me queda un algo detrás,
algo de carne,
mucho de grasa
y un pequeño trozo de alma vital.
Después...
venga a crecer de nuevo,
con ganas, con entusiasmo,
con fuerzas renovadas e inusitadas,
con esas ganas que nunca sabré de donde salen,
y es que nunca sabré...
si estaban latentes en mis venas
o si llegaron hasta mi con las últimas lluvias.
ME LLAMA LA MADRUGADA
Me llama la madrugada y me despierta...
siento que tiene sus alas frías
y veo el muérdago más verde
y más endurecido por los golpes que le dio la noche,
tiene raíz de árbol
y se agarra a los sueños de tal manera
que no sé si sigo vivo
o si sigo dentro de un sueño.
Yo soy todo huesos y un poco de carne,
y tengo un gran trozo de grasa gris que rodea mi cintura,
soy como un péndulo de la nada
que se cuelga de la rama más débil del árbol,
y hace un nido sin vida que se mece en una tarde de invierno,
se asemeja al hueso viejo que será sacrificado
en aras de un hueso nuevo y más pendejo.
Yo soy mi tesoro
y tú eres ese trozo de cielo sin nombre,
que apenas he conocido
y además,
no he podido apagar las velas
que cada día encendías por saber que cosa,
supongo,
que allí seguirán
y como una masa deforme de cera apagada y amontonada.
Por tanto,
hemos quedado en empate,
tú serás, igual a cero
y yo, he vuelto a la superficie
y además, te he conocido de nuevo
y ahora, no eres nadie
y yo tampoco,
es más,
yo soy menos que nadie
y además,
vivo bajo tierra
y a las puertas de un cementerio.
BANALIZACIÓN (Pedro M. Martínez)
Banalización.
Facebook o la banalización. Música de la adolescencia hit o música de las catacumbas, a escoger. Tetas prohibidas. Gatos y gatas. 0,05 segundos por foto. Me gusta. Silencio. Un ombligo, dos ombligos, tres ombligos, mi ombligo. Aquella novia que tuve en los 80. Aquel novio que nunca tuve. Ni se te ocurra ir contracorriente. ¿Qué es la corriente? Soy más listo que tú. Usted no tiene ni puta idea. Pues mire que usted. La política no interesa. O los políticos. Irresponsables, incendiarios, insolentes, insensatos, incultos, ignorantes, maleducados, malintencionados, imbéciles. Nos llevan a la ruina. Ellos no irán. Sálvese quien pueda. Listos y listas. Muros de espabilados. Muros grises. Ah, y brujitas, esa raza, las que tienen poderes. Cada vez queda menos. Amigos para siempre. Soledad por un tubo. Complejos de todo tipo. Tú ¿follas?. Ay, qué cosas tienes, Paco. Esa foto de cuando tenías 30 años. Y pelo. Un par de tetas. Mentiras. Miénteme, Loli. Una sensación deprimente. ¿Qué hace un chico/a como yo en un sitio como este? Yo te lo digo, el ridículo muchas veces, matar el tiempo, eso que parece que sobra, pero no. Las películas más raras. Yo soy diferente. Los cantantes que no conoce ni dios. Yo soy especial. Los libros que no hay quién lea. Yo soy más culto. Se habla poco de comida. Huevos fritos. Pasta sin mucha historia. Eso, historia, ni puta idea. Asiduos/as de Sálvame con gafas de intelectuales. Disculpa, todo esto ¿lo dices por mí? Yo, Mí, Me, Conmigo. El mes que viene voy a ir a tu pueblo ¿nos veremos? Ya no vivo aquí, verás, es que…No me cuentes tu vida. Me gustaría conocerte. Joder, como venga este gilipollas y vea como soy en realidad… La realidad. 500 amigos. 5000 amigos. Qué suerte, macho. No se puede decir macha ¿o sí? Hay rigurosos estudios de perfiles en base a la hora de conexión a esto, este, esta. Usted ¿folla? ¡Qué pesao! Ya me lo has preguntado antes. Disculpa, si cuela, cuela. Me gusta mucho el jazz, tengo un disco de José Feliciano. Dylan es dios/Dios. Cortázar, triunfo seguro. Y Pavarotti. Neruda también. Paolo Coelho ni se te ocurra aunque siempre hay algún despistado/a. Si a James Taylor. No a Raphael. Flamenco prohibido. Jotas no. Punk puaf. Trap ¿qué é lo que é? Luego te cuento quién era Walt Whitman. O Walt Disney. A mí Cervantes me obligaron a leerlo con 12 años, le tengo un paquete. Yo soy más de Faulkner. Y yo, tía, que causalidad, ¿follas? Así indefinidamente. Qué plastas. Nosotros. Y nosotras.
LOS PERIÓDICOS VIEJOS (Sacha Viveros)
LOS PERIÓDICOS VIEJOS
DESENTRAÑAR LA NADA
Desentrañar la nada,
despedazar lo inútil y lo que sobra y estorba,
hablar con mi pluscuamperfecto,
ser mejor en todo,
aprender a quererte más,
colarte y deslizarte por las fisuras de la vida,
tener y dejar de tener,
ser otro dentro de uno mismo,
mirarte en el espejo cada mañana,
añorar momentos inolvidables,
ser de la otra cara de la luna,
mirar el suelo
y ver si las hormigas crecen,
cuidar lo entrañable
y no olvidarte
que tu granito de arena,
siempre será...lo más importante.







