LA MUERTE ES ILEGAL de BELÉN REYES

 

La muerte es ilegal
Y nadie dice nada
Ni una denuncia, un grito
Ni un poema pancarta
Ni un juez que lo investigue
La vida es una estafa.
Nacemos sin permiso
Y crecemos sin ganas
Si soñamos nos duermen
Si sentimos nos talan
Somos sauces llorones
Arrastrando las lagrimas

Morirse es un delito
Nacer es una estafa
Y todos calladitos
Tragándonos el alma
Envejecer sin ruido
Sin molestar palmarla
A escondidas, solitos
Que los hijos trabajan
Que no pidan permisos
que aquí nunca se aparca
y el parking  vale caro

Solo soy una carga
quiero morirme ya
este fin de semana
cuando libran los hijos
no molestar, sin drama
irme de aquí, vergüenza
de enfermar, dar la lata
no salpicar dolor,
que me laven sin ganas
el culo dos extraños
mientras hablan del barsa.

La muerte es ilegal
Y nadie dice nada





















DE LADO...

 

De lado...de lado...
a veces tengo que andar de lado,
silbando y disimulando lo mejor que puedo
pareciendo ser lo que no soy,
colándome por cualquier fisura que me brinda la vida,
abriendo ventanas de par en par,
sacudiendo puertas con todas mis fuerzas,
moviendo tierra sin levantar polvareda,
borrando la huella de mis cansados pies,
y certificando que yo he nacido de lado,
que he vivido de lado,
y que ahora mismo estoy de perfil.
























DANNS VEGA

 



Y te diré una cosa (esto escribía años atrás)

Y te diré una cosa:

Aunque me veas sólo, no estoy sólo, estoy dentro de mi mundo mágico: tengo letras, tengo palabras, tengo epitafios, historias, cuentos y sueños y todo eso y más, cabe dentro de mi mundo mágico. Por tanto, no estoy sólo, aunque hay momentos en que mordería a mis deseos y los haría añicos. Pero la realidad es que tú estás allí y yo estoy aquí, sí, estoy junto a mi estufa de leña y recordándote. Te sueño y te quiero, pero no te quiero por mi soledad física, te quiero porque te siento lejos dentro de mi alma, porque no interrumpes mis bellos momentos y los haces más bellos, porque te despiertas sobre otra cama y sin mi cuerpo y porque amaneces acariciando el sol, mientras yo me imagino: tu cara somnolienta, tus bostezos, tu ducha de agua caliente, tus pechos turgentes...

No, no estoy sólo, estoy con los compañeros que quiero, estoy con los espíritus, con los druídas, con las brujas con o sin escoba, estoy con los duendes y fantasmas de mi vida. Y sí, te echo de menos y te añoro, pero en honor a la verdad, sólo te añoro a veces y cuando más me duele, es cuando tengo necesidad de tocar, cuando mi cuerpo me pide tacto y sensibilidad física. Lo intento compensar con los libros, pero los libros no tienen tu tacto, no son de piel de terciopelo, no tienen tu suavidad, no laten como tu lates y ni siquiera ríen como tú ríes.

Porque tú lates al ritmo de la vida, porque tú sufres y quieres, porque tú eres hermosa o por lo menos, para mí lo eres. Porque llevas sangre caliente en las venas, porque te acurrucas en mi cintura, porque con tu pelo me llevasmás lejos, porque tu sonrisa es siempre grande y agradecida, porque mi almohada te reclama, porque mis pensamientos te devoran y porque a veces mis sentimientos viajan hasta encontrarte. Sí, te quiero, pero dios me ha dado el poder de quererte en la lejanía. De momento sigo en mi mundo y si un día me da por llamarte o reclamarte, no te preocupes, entenderé que ya te hayas volatizado. Al amor siempre le pasa lo mismo, aparece un día y sin previo aviso y tal como había aparecido, desaparece sin más. De todas formas, yo sigo aquí, entre mis letras y libros.......... y por supuesto, yo sigo esperándote.

 




















Sábado 27 de enero

 

Sábado 27 de enero. Otro día de luz primaveral y en medio de lo que debía de ser en teoría, lo más crudo del invierno. Pero hoy no vamos a hablar de clima y del cambio climático y porque estoy hasta los huevos de hablar sin que nadie me haga ni puto caso. En realidad, no sé si hablo o ladro o gruño o hablo otro idioma que no se habla en éste mundo en el que vivimos y porque para el caso, el resultado final es igual a cero. Tampoco voy a hablar de Palestina y del genocidio que allí se practica y bajo el consentimiento de los países que tiene casi todo el poder del mundo. EE.UU por aliado con Israel y Europa por ponerse perfil. Que diferente es la postura que adoptan con la otra guerra, la de Ucrania y Rusia. Que cínicio es el mundo, que cínica es la vida y que cínicos somos todos. Pero claro, sí los poseedores del poder terrenal nos quieren enseñar que ellos con su toma de postura ante semejante conflicto, están del lado de la democracia, pues entonces, menuda democracia de mierda tenemos.

No se puede ser demócrata  y tener las manos ensangrentadas. No sé puede dar la espalda a más de 25.000 muertos palestinos y dejemos el argumento a un lado, que todo esto lo empezó Hamás. Hamás empezó demostrando lo que también es y es una panda de asesinos subordinados a una ideología determinada. Bien, partiendo de esa premisa, esto no puede servir de disculpa para matar 100 veces más y me quedo corto. No vale decir que debajo de los hospitales se esconde la guerrilla  de Hamás, pues claro que se esconde allí y porque ellos también saben poner por delante escudos humanos, pero eso no debe llevar a cargarse a todo bicho viviente y para mostrarnos los túneles por donde deambula su guerrilla. Porque si agudizamos más ese argumento y por esa regla de tres, Israel podía considerar poner una bomba atómica y a tomar por culo la guerrilla, los enfermos atendidos en dichos hospitales y una gran de la población palestina.

Israel, lo que pretende es demonizar y cada palestino es un enemigo y al que hay que matar y después, se les podrá preguntar si pertenecían a Hamás. Cuantas veces en la historia ha pasado lo mismo, pues demasiadas veces. Palestina hoy en día es un matadero donde se hacinan millones de personas en unos cuantos kilómetros cuadrados. David contra Goliat y en éste caso Goliat tiene las mejores armas del mundo, un ejército sumamente preparado y David, tiene unas cuantas piedras en sus manos.



















HIJA DEL VIENTO de Alejandra Pizarnik

 

Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan


















No son días tan fríos



 No son días tan fríos,

son noches húmedas y llenas de rocío.

Podía ser de otra manera,

pero no lo es

el día es suave y tibio

y la noche es agridulce.

Todo depende de lo que uno quiera

si quiere la pureza del invierno

vivirá desconcertado,

si persigue la primavera

estará desorientado

y si uno se adapta al medio

se hará bipolar.


















Sylvia Plath


Mejor que se desgarre

cada fibra, que la furia fluya

desatada,la sangre empapando, vívida,

el sofá, la alfombra, el suelo,

mientras el calendario con forma de serpiente

me jura que estás a un millón de verdes condados de aquí;

mejor eso que quedarme aquí sentada, muda,

convulsionándome así bajo las espinosas estrellas,

con la mirada perdida, con maldiciones

que ennegrecen los momentos

en que se pronunciaron los adioses, en que los trenes partieron arrancándome a

mí,

gran tonta magnánima,

de mi único reino.

















JOSÉ SARAMAGO


 "El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.

Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver".












De repente saltaron todas mis alarmas,

me sentí amenazado, agredido,

invadido

y como si todo lo que dijera no fuera por voluntad propia.

Como si fuera un puto maniquí

o un muñeco de trapo carente de opinión

y yo seguía insistiendo,

que no, te digo que no,

que hubo un tiempo y no hace mucho, en que sí

pero ahora, es no.

Y nada...que tenía que ser que sí,

que no podía ser,

que uno no podía cambiar de un día para otro

que eso es imposible,

que lo de ayer es lo válido

y lo de hoy, es un lapsus.

Pues con todo el dolor de mis tripas

va a ser...que no

y no es no y eso no hay quién lo cambie.













Enrique Gracia Trinidad


"...Lo más difícil es que la rutina sirva para tejer

una canción de cuna

que adormezca y abrigue los caballos sin alma del olvido...."





















Todas las reaccio

Nieve de enero


Nieve de enero,

agua de otoño,

verano de fuego,

primavera de tonos verdes.

Cuatro estaciones tiene el año

y yo tengo veinticuatro,

todo me arde por dentro,

todo es convulso y explosivo,

me lleno de aromas y jazmines,

tengo mis penas en el bolsillo

y cuando las saco a pasear

les pongo un bozal.



















Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...