GERARDO MASUCCIO


Sin embargo, en los recovecos del pensamiento

donde todavía se

me da el traicionarme, la

impermanencia ata sus raíces

a superficies inciertas,

a lo provisional.

El número de los que ya no tienen voz

sigue - inerte -

en la rúbrica de los vivos,

el polvo persigue la ausencia

y en el cajón de la infancia

guardo una última canica.

YO NO TE NIEGO UN BESO



Yo no te niego un beso,

ni dos, ni tres, ni cien besos...

Yo te niego el hecho del beso,

te niego su humedad más íntima, 

su lujuria desatada,

su estructura, su emoción y su pasión.

Yo te doy el beso... y te lo doy,

pero será seco y aburrido,

será como besar a un cuerpo congelado,

será un espejismo del que se está muriendo de sed,

será una coartada inventada,

o será como un beso de serpiente,

primero, te morderé la lengua con mis dientes,

segundo, te ahogaré con mis manos,

y por último, te mataré sin piedad

y nunca sabrás si el hecho de tu muerte

ha sido por mi veneno mortal,

o por el poder mis manos.




SI TODO TRANSCURRE ASÍ



Si todo transcurre así,

así tan en silencio y tan suavemente,

.........lo dejaremos estar así.............

Porque yo adoro la soledad y el silencio,

porque ahora ya no persigo los sonidos de la 

noche,

ni siquiera oigo el estruendo y bullicio de su música,

ahora me adorno con mis cuatro o cuarenta plantas

y me sedo escuchando el susurro de la chimenea,

y escribo un rato y después, otro rato

y si pudiera estaría escribiendo todo el rato.

ME PIERDO


 


Claro que...


claro que me pierdo.

Me pierdo en cada instante en el que respiro,

 me pierdo por momentos,

a segundos, 

a retazos, 

o a lapsus..................

Me pierdo..., me pierdo...,

me pierdo si me duermo y despierto con tu cuerpo,

me pierdo si me dices que me quieres 

y que nunca quisiste más y aún sabiendo que es mentira,

me pierdo entre tus caricias y el sonido de tus latidos

me pierdo entre tantos recuerdos que me saben a tí,

 que perderme es el menor de mis pecados.


HAY CARAS



 Hay caras que se parecen a otras caras y porque sí.

Hay caras que no se parecen pero te suenan a algo.

Hay caras que es mejor no verlas,

por oscuras de alma y espíritu,

por cerradas de mente,

por su mirar intransigente,

por mirarte de lado,

y por señalarte con el dedo acusador...

Hay caras que nacen oscurantistas,

de mirada y pupila fija

de mueca y sonrisa de hiena,

de rictus congelado,

de desprecio marcado en la frente,

de hielo en los labios,

y de espuma blanca que sale de su boca.

Y SOLO CONTRA TODO


Y quién levanta su mano

y dice aquí estoy yo,

Pues, yo lo digo... 

Yo estoy aquí solo y solo contra todo,

yo con mi escudo de apariencia,

con mi voz entrecortada y falsa,

yo con mi túnica de seda deslustrada,

yo, con mis antecedentes personales y penales,

 yo que doy más pena que gloria,

yo que me voy quedando solo,

pero por eso no lloro, 

ni pierdo el sentido,

ni la vergüenza, 

ni siquiera altero mis sentidos,

pero me va quedando más claro

que yo me estoy quedando solo,

y yo solo y solo contra todo.

MI IDEA



Mi idea

era tener un millón de ideas

y todas rebosantes y adorables,

y todas sensibles y admirables...

Mi idea era que crecieran las flores por doquier,

que el asfalto de la calle se derritiera

y sobre sus escombros 

naciera una alfombra de musgo verde

sólo interrumpida por los árboles...

Y musgo, cielo, 

árboles y flores

y yo curado de mis ardores

y respirando por mis pulmones.

PODRÍA HABERTE DICHO TANTAS COSAS


 


Podría haberte dicho tantas cosas

que al final, 

sé que apenas te he dicho alguna,

porque no hubo tiempo,

porque aquél no era el momento,

porque tenía tantas y tantas cosas dentro de mi cabeza,

que no sabía por donde empezar

porque hoy no y será mejor mañana,

o al día siguiente 

o  para el año que viene...

Ahora y en éste momento

te veo tan preciosa con esa luz otoñal

que se me nubla la vista y la razón,

y solo quiero comerte a besos

y dibujar sobre tu piel

 un mapamundi de caricias

y hasta que no pudieras más

o saltaran las alarmas de tu cuerpo

y hasta que me dijeras...

 ¡socorro, me muero!

y es que podría haberte dicho tantas cosas

que al final...

sé que apenas te he dicho alguna.

MIS DERROTAS

 



Que sí,

que yo soy un triunfador,

mejor dicho...

un pequeño triunfador que reconoce sus derrotas.

Yo sé...cuando he vencido,

yo sé...cuando me he vendido,

yo sé...cuando me vestí de miedo

o cuando me disfracé de mendigo,

yo reconozco mis victorias,

pero también reconozco mis batallas perdidas, 

mis carencias personales,

mis intentos vacíos y baldíos por ser alguien,

y como no, 

conozco el nombre de mis queridas impotencias...

yo he tocado la gloria y conozco su grandeza,

 yo he flotado entre las nubes de colores vivos

y me he deslizado por los interminables toboganes de la duda,

yo he vivido en sus castillos de agua, arena y aire...

yo he estado mascando mis derrotas,

digiriéndolas, adornándolas, trapicheándolas,

como si las derrotas fueran dulces caramelos

y no unos putos estallidos que a veces destrozaron mi cerebro.

LAS ESTADÍSTICAS ME DICEN QUE...


Las estadísticas me dicen que...
que yo sigo vivo,
que crezco, que me desarrollo,
que me reincorporo y me añado,
que sumo,
que no divido ni resto,
que no soy un cero a la izquierda,
que no estoy de paso,
que sirvo para mucho más que mucho,
que no soy un don nadie,
que escribo,
que me leen,
que lucho y algunos lo aprecian
y que sin embargo otros,
me ignoran pero sin cambios,
es decir,
siempre me ignoraron
antes del antes y después del después,
y por el medio, también...
Las estadísticas me dicen que...
que siga en mi lucha diaria,
que no desfallezca,
que me vista de EPI,
que me lo ponga,
que me lo quite,
que me lave las manos,
que me olvide de los besos y abrazos,
que las caricias son para otros,
que esto es muy duro...
Pero sobre todo tengo que decir que...
que todo pasa
que el sol sigue saliendo por el mismo sitio,
y que mañana te escribiré un correo,
que la esperanza siempre vuelve aunque se haya ido,
siempre deja un trocito de su alma,
una muestra de su ADN
que más adelante nos servirá
para levantar nuestra lastimada moral de sufridores...

LA PANDEMIA EN MI PEQUEÑO PUEBLO (jodidos tiempos, aquellos)


Es de observar el vacío general en todo lo que
me rodea,
el aire frío de abril...es más frío sin nadie,
el tibio y tímido sol de ésta tarde
es más tímido que nunca,
las nubes grises campan a sus anchas como buscando dueño,
un perro camina pensativo
quizás esté pensando...
¿qué le pasa a los humanos?,
¿porqué están encerrados en su casa a cal y canto?,
al mismo tiempo un hombre cambia de acera,
quizá busque un sitio figurado que permanezca abierto en su
cerebro,
un coche pasa despacio,
mucho ruido y pocas nueces (pienso yo),
es ruido de motor diesel
(ronco, grave y pausado)
y pasa con toda la pomposidad posible,
como si el conductor fuera degustando el paisaje desértico,
pero señor...
¡váyase para casa!
y deje de expandir al dichoso virus asesino,
claro que a 50 metros de donde estoy
(aclaro, que estoy en mi casa),
hay cola para el super
y hay cola para la farmacia
y allí se presentan todos los adictos del pueblo,
en fila india y a dos metros de distancia,
pero el problema que hay
es que casi siempre son los mismos
y uno compra una zanahoria
y para hacerse la sopa del día
y el otro, medio kilo de fruta
y así al día siguiente tienen asegurado tener que volver
y a por otra zanahoria
y a por otro medio kilo de fruta
y así todos los días
y ya que estamos
vamos a la farmacia
y así pido algo para el dolor de cabeza
y una crema para las cejas
y de paso... me peso
y yo añadiría
y así me peso los huevos o los ovarios,
pues hay que tenerlos grandes e inmensos
y después quieren que yo me crea lo de la cuarentena,
cuando lo que había que hacer es...
usted no tiene justificación para estar en la calle,
pues a chirona y con cadenas desde la cabeza a los pies
y sino caben en chirona por overbooking
pues ¡a galeras a remar!.
Todas las reacciones

Irene Vallejo

 

El cuerpo es un símil de la realidad donde habita. Cuando a lo largo y ancho del mundo el confinamiento cerró las calles, empezamos a sufrir contracturas físicas y mentales. Somatizamos los duelos como dolores, y la ansiedad es una secuela cada vez más palpable de este paréntesis angosto e interminable. El miedo, las tensiones, el peso del trabajo y el poso de las soledades se traducen a un lenguaje de carne en nuestras piernas, estómagos, corazones y cabezas. Este malestar encajonado tiene raíces antiguas; “angustia” significaba en latín “desfiladero, lugar estrecho, abismo”. Lo mismo ocurre con la tensión que nos oprime: “estrés” procede de strictus, en el sentido de “estricto, apretado, estreñido”. La tristeza estrangula el aire, enmudece la voz. Hasta que, de pronto, como en un hechizo, ciertas palabras nos permiten abandonar el pasadizo helado y encontrar alivio.
Cuántas veces, tratando de levantar nuestro ánimo, hablamos con nosotros mismos para conjurar el miedo, igual que susurramos al niño temeroso de la oscuridad. Nos decimos que es preciso confiar, ser fuertes, no desistir. Esta capacidad para desdoblarnos en un yo sereno que trata de apaciguar al otro yo es una proeza sorprendente y antigua. Ya Homero contaba en la Odisea que, a veces, el llanto sacudía a Ulises, y entonces escondía la cara tras el manto, humedeciendo la tela en silencio. Al regresar a Ítaca, el navegante encontró su palacio ocupado por extraños y tuvo que mendigar en su propia ciudad. Derrotado, se dijo: “Corazón, sé paciente, en otras ocasiones sufriste reveses más duros, pero aguantaste”. Por primera vez en nuestra cultura, un humano habla no con sus semejantes o con los dioses, sino consigo mismo. El diálogo íntimo nació así, con una llamada a la calma y al sosiego.
Durante estos tiempos tormentosos, los duelos amputados han agudizado nuestro malestar. C. S. Lewis intuyó que el dolor por la muerte de un ser querido se expresa a menudo en el idioma de la angustia. Con más de 50 años, el devoto profesor de Oxford aceptó casarse con la poeta norteamericana Helen Joy Davidman —católica, divorciada y comunista—, que le pidió ayuda para evitar la expulsión del país cuando le denegaron el permiso de residencia. Por sorpresa, ese matrimonio de conveniencia en la madurez desembocó en un inesperado y hondo enamoramiento, que poco después truncaría el cáncer. Cuando ella murió, Lewis escribió en Una pena en observación: “Nadie me había dicho que la pena se viviese como miedo. La misma agitación en el estómago, la misma inquietud. No estoy asustado, pero la sensación es idéntica. Aguanto y trago saliva. Antes tantos caminos y ahora tantos callejones sin salida”. Lo conmovedor es que esas reflexiones anotadas en cuadernos, sus apuntes sobre la tristeza, se convirtieron en un libro que le ayudaría —como a tantas personas, todavía hoy— a escapar de la calle angosta, de la trinchera circular.
La ansiedad es una habitación estrecha. Luis Buñuel lo explicó en su película El ángel exterminador, donde unos amigos se reúnen a cenar en un lujoso salón y después, por una razón inexplicable, no consiguen atravesar el umbral para salir. Según el cineasta, habrían sido atacados por una plaga misteriosa e innombrable. Entre esas cuatro paredes se suceden la desesperación y el humor surrealista: una comedia trágica sobre la asfixia y el desasosiego. Cuando el túnel nos aprisiona, la risa ensancha los pulmones con aire fresco. Conversando con exiliados españoles en México, el director señaló la clave: “Los hombres cada vez se ponen menos de acuerdo y por eso se combaten entre ellos. Pero ¿por qué no se entienden? En la película es lo mismo, ¿por qué no llegan juntos a una solución?”. Según Buñuel, debería asombrarnos no que los personajes sean incapaces de salir, sino que no intenten colaborar. Hoy, más que nunca, hay que observar las penas, hablar con el corazón, reír en el desfiladero y atreverse a buscar ayuda. Hace falta coraje para dar rienda suelta a las palabras enjauladas. No siempre comprendemos cuánta fortaleza se necesita para vivir en la fragilidad.
Todas las rea

Yo, si viviera en otra tribu

 Yo, si viviera en otra tribu con distinto nombre y con otros apellidos sería el puto amo de mi mundo andaría por las aceras de mi pueblo ve...