Y el otro día me decían: cuidado con fulanito que te tiene muchas ganas. Y ganas ¿de qué?, será de partirme la cara...y claro me quedé pensando en los temores del miedo, en sí temblaba, en si balbuceaba, en si por dentro se me derrumbaban todas las estructuras...pues volví a pensar y porque no notaba nada de todo esto y sin darme cuenta retrocedí en el tiempo. Y mira que chupe hostias cuando era pequeño, pero gracias a ellas aprendí a no tener miedo, ¿qué me podía pasar? que me añadieran una nueva cicatriz a mi mapamundi de cara, que mis fosas nasales se convirtieran en manantiales de sangre, que me reventaran los labios...pero si a todo esto estaba acostumbrado, pues era el pan de cada día.
Yo me forjé en la peleas callejeras y cada hostia que recibía en mi cara, era un puto estímulo y para que después yo, dar otra. Y no sé, de alguna manera, aunque ahora jamás me peleó, esa falta de miedo a las hostias físicas sigue dentro de mis venas y es que lo único de todo esto que me preocupa, es que no se vayan a romper mis gafas, pero por lo demás, ya me pueden romper la cara varias veces, pisarme los huevos, partirme las piernas, arrancarme las vísceras...que es totalmente inexistente la sensación física de tener miedo.
Le tengo más miedo a los desastres naturales: a los grandes terremotos, a los tsunamis, a las inundaciones y a los desastres humanos: las guerras, genocidios y hambrunas...pero señores, que me partan la cara, es una simplicidad. Y es que me la parten ¿y qué pasa?, que me duele al principio, que después, me duele menos y que al final, me dejará de doler y además una nueva cicatriz en mi cara me gusta y porque me encanta hacer mellas en mi cara y como si fuera una puta culata de una pistola. Además, eso da rango en las batallas cotidianas y le dices: ves todas estas cicatrices que tengo, pues me las he ganado a base de hostias y ¿quieres ser el siguiente?.