Cae de madrugada una tormenta
un collar de perlas se rompe sobre el tejado,
luego el estruendo que agradece la hierba.
se deshacen con crujidos los corazones y los hielos,
tinto de verano y los presidiarios juegan al mus
con banqueros, contables y esquiadores.
Parece no pasar nada, pero dentro de los coches
hay quien llora, no habrá playa que consuele,
ni azul al que mirar mientras se jura,
mañana lo dejo todo, no regreso.
Parece que sólo se oyen ventiladores
negando lentamente ante una cama,
pero la noche es un rumor de maldiciones,
el futuro, un bisturí que abre las almas,
nos recuerda que un día fuimos otros.
Podría parecer la calle desierta,
aún cuando los taxis recorren el asfalto,
devolviendo a sus casas ya de día,
a trasnochadores sin sauces blancos
en cuya corteza dibujarían corazones rotos.
Queremos creer que la tormenta
podría haber limpiado las aceras,
arrastrado los pétalos arrojados, las guirnaldas,
los restos de la hoguera en que ha ardido
los rosales sin agujas de la infancia,
los pinares al pie de acantilados,
el primer amor, atardecer frente a la costa,
y la mentira de reencontrarnos
un verano que no tendremos.
Todo está pasando en este instante.
La derrota. La venganza. Los amores.
Ahora. Tras la noche y su tormenta.
Seguimos alerta los cautivos,
los que abrazan la luz de las ventanas,
los que beben el agua de los charcos,
los que comen la vida a dentelladas.
Seguimos hambrientos y sonrientes
pues sabemos que esta nada es apariencia.
Bajo el barniz dorado de esta calma
rugen las voces un dormido que despierta.

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