Sí,
Sí,
nos comíamos la carne
y escupíamos los huesos.
Lo nuestro era comer al día
y mañana
¡dios diría!
y sino no lo decía,
(que no lo iba a decir)
a pasar hambre y sed de justicia,
en peores guerras habíamos estado,
nos decíamos mentalmente
y para mantener nuestra moral en pie.
El hambre física era una quimera,
nunca habíamos pasado hambre
ni nos había faltado casi de nada que fuera material,
con las espaldas bien cubiertas se luchaba mejor
y aquella emoción del vivir a escondidas
y de deslizarte entre las sombras de la noche,
era una emoción indescriptible:
acudir a citas clandestinas camuflado de miedo y sudor frío,
hacer pintadas con el rocío de las 4 de la madrugada,
preparar cócteles molotov a las 10 de la noche,
observar como todo ardía bajo su impacto,
correr sin pensar que tenías pies
pies para que os quiero, te decías,
sino es para correr más que el viento.
Así día a día,
con la misma constancia de un martillo pilón
y con el entusiasmo que se tiene cuando te arde la sangre,
era la vida vista desde otro prisma,
era un mundo paralelo que intentaba subvertir el orden
establecido.
Hasta que un día
me acabaron rompiendo el alma y el cuerpo,
del cuerpo, me recuperé rápidamente
y del alma durante años estuve buscando sus trozos,
había pequeñas esquirlas por todas las esquinas y rincones.
Pero con el paso de la vida y de los años
fui construyendo mi nueva alma
y tiene muchas cosas de antes
y tiene algunas que poco a poco han sido añadidas,
en fin...
¡que soy un hombre nuevo pero no tanto!.

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