"Estaba seduciéndome a fondo con lo mejor de sí mismo y tanto que yo me quedé convencida de que aquello era la séptima maravilla. Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré". Así describió Idea Vilariño (1920 Mont.-2009 Mont.) el día que conoció a Juan Carlos Onetti (1909 Montevideo-1994 Madrid) a principios de la década de los 50.
"Burro, perro, bestia", añadiría después.
Porque la poeta quedó atrapada en ese encuentro, seducida por el escritor, "el último hombre" del que debió enamorarse. Tras ese primer encuentro comenzaron a cartearse, al principio se escribían tratándose de usted, con el miedo de no saber qué sentiría el receptor. Pero ella no tardó en dejar entrever sus ganas. “Pasó el verano y no viniste”, le reprochó. Y él no tardó en llegar.
Idea era hija de un poeta anarquista, escritora y eximia profesora de Literatura, poeta multipremiada. Fue una de las poetas que formó parte de la generación del 45, de uno de los grupos de intelectuales de esa Latinoamérica efervescente.
Idea fue una mujer furiosamente enamorada que se dejó encandilar por el gran prosista.
Vilariño y Onetti se recordaban por las noches y se olvidaban durante el día, y así por años. Ella pensaba que él no la quería, él, pese a todos los poemas, pensaba que el amor de ella era sólo "intelectual".
Se quisieron y odiaron en partes iguales. Rompieron y se reconciliaron muchas veces. Les dio igual estar casados, con pareja, en países distintos. Les dio igual no ser felices. Aunque el delirio duró poco.
El escritor dejó a Idea por Dorothea Muhr, para casarse con ella. Para hacer, según parecía, bien las cosas por una vez. A la uruguaya le dedicó "Los adioses" en 1954, ella le respondió cuando él ya estaba felizmente casado, en 1957, con "Poemas de amor", a los que añadió en la segunda edición, un año más tarde, uno de sus más bellos poemas:
"Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
Pero resultó no ser su último adiós. Después de sendos libros dedicados, volvieron a verse. Como imanes, se buscaban y se embestían. Hasta que terminaron por destruirse en 1961. Estaban juntos cuando Idea Vilariño recibió una llamada. Ella era profesora de un liceo y acababan de asesinar a uno de sus compañeros: Arbelio Ramírez. Le pidieron a Idea que acudiera rápido a una asamblea.
"Si te vas no me encontrarás a tu regreso", le dijo Onetti. "No me vas a encontrar", insistió. Ella, pensando que era uno de sus enfados, que se le pasaría, se fue. Volvió rápido a su casa después de la reunión pero allí ya no había nadie.
"Cuando abrí la puerta sentí como si me golpearan en el pecho. Había dejado una nota insultándome y diciéndome un montón de barbaridades. Y mis poemas, unos poemas de amor que le había dado, estaban arrugados y tirados a los pies de la cama”, contó en una entrevista que concediera a María Esther Gilio y Carlos M. Domínguez para una biografía sobre Onetti: "Construcción de la noche".
Recién volvieron a verse el 15 de marzo de 1974. Onetti estaba en el hospital acompañado por su mujer, Dorothea Muhr, la misma que había tenido que soportar que un año después de su boda Vilariño le dedicase a su marido un poemario. Idea entró en la habitación y Dorothea los dejó solos. Pensaban que Onetti se moría.
“Me levanté y quise tocarlo, tocar su mejilla con la mía. Apenas me acerqué a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y apenas comenzó su beso, sollozó, empezó a sollozar por detrás de aquel beso, después del cual debí morirme”, recordaba.
Luego Onetti se fue a España y no volvieron a verse. A ella le preguntaron siempre por él, y a él siempre por ella. Los dos aseguraban quererse y no sentirse queridos.