Con los años, advierto que la emoción
no es más un cuarto o un cerco,
—apenas una sábana de tul—
que en un momento punzante me traspasa
y se desvanece luego, hasta alejarse.
La veo tendida allí, casi una nube de luz
chisporroteante,
desde esta inalterable serenidad
donde germinan los hondos sentimientos.
Aquellos pocos que no
van a morir.


