EL PARAISO GADITANO (Nostalgia)

El otro día pensaba, que raro que yo pensara algo, el como echo de menos mi tierra Gaditana. Echo de menos, sobre todo la gente, a la gente con su amplio abanico de bromas o de chistes o de gracias. Aunque como en todo, no se puede generalizar, pues hay de todo en la viña del señor. Allí, en Cádiz, hay personas que tiene mucha gracia y no es difícil de entender, están entrenados desde pequeñitos. Pero también los hay graciosillos o sea que tiene una gracia relativa o que la gracia que tienen, en parte es gracia, pero en parte mala hostia o mala follá. Y los que no son graciosos, ellos lo intentan pero no pueden y éstos se hacen insoportables. El intentar ser gracioso cuando uno no lo es, es como tirarse piedras sobre su propio tejado. Además se hacen coñazos y jartibles, pues como diría el otro, intentan compensar su falta de gracia a base de no parar de contar chiste tras chiste y esto es una tortura china para los demás sufridores.

                       O sea que el carácter Gaditano es más o menos igual que en todos los sitios, pero es verdad, que en general son más graciosos y les encanta sacar punta de todo y eso a mi me entusiasma, esa capacidad de observación de lo cotidiano y darle la forma de una gracia o de un chiste o de una parodia. Es verdad además, que hay un estilo de vida muy propio, que por supuesto no he observado en los otros dos sitios en donde yo viví, Galicia y Menorca. Son abiertos, por lo menos al principio, después se cierran como todos los seres humanos y disfrutan haciendo vida en la calle, saben sacarle el jugo que tiene y eso, sí que se echa de menos. La vida en la calle, en los paseos, en la terrazas, en los bares, en cada esquina hay vida, hay risas, hay instinto de supervivencia. El vivir el día, el vivir para hoy y mañana ya se verá, coincide, por suerte o por desgracia, con mi filosofía de la vida y por tanto en éste aspecto, me siento completamente integrado con los Gaditanos.

                      Después hay otros aspectos que también echo de menos. Echo de menos, sobre todo su luz, su luz maldita, su brillo y su claridad cegadora. El oceáno Atlántico, con su inmensidad y con sus amplias mareas. Las playas kilométricas de arena blanca y fina. Las olas y las mareas bajas, esas que dejan al descubierto espléndidos arenales mojados y llenos de reflejos. La belleza de éstas tierras es inmensa y por tanto me gusta casi todo. Lo que menos me gusta y por tanto no lo echo de menos, es su viento de Levante, que aunque pasé muchos años por esas tierras llenas de infieles, nunca llegué a acostumbrarme. Ese viento que te deja seco por fuera y por dentro, que te absorve las ideas y con el cuerpo hecho un guiñapo. Ese viento que hace arrastarte como un alma en pena y que sus únicas ventajas eran que antiguamente largaba a los guiris, ahora ni el viento los echa y que al ser un viento procedente del desierto, pues es muy seco y eso compensaba la humedad reinante. Vale, admito que en parte hace falta, pero si se le bajaran un poco los humos, a mí, en concreto, me haría el favor de poder sentirme feliz en el paraíso Gaditano.

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JULIO CORTÁZAR