Son las 10 de la noche y ya se me empieza a poner carita de sueño. Y primero fue un bostezo, después, fue otro bostezo, más tarde, vino un estiramiento generalizado y que acabó en otro largo y profundo bostezo. Por fin, miré la hora y de repente coincidió la hora con el sueño, los bostezos y los estiramientos. Pues eso, que estoy en mis últimos estertores y que pienso más en la cama que en la misma vida. La cama, la bendita cama y es la misma a la que antes yo odiaba tanto y porque meterme en el sobre, era como meterme en una cámara de tortura, pues de noche me atacaban mis miedos y desazones y con tal furia lo hacían, que mis insomnios se convertían en mis peores pesadillas o no sé si era al revés, pero el resultado era el mismo, despierto y muerto de remordimientos de rabia y hasta el amanecer y hasta que el gallo cantaba su grito de macho del gallinero.
En cambio ahora, me duermo en plan ceporro o sea duro despierto dos segundos y enseguida empieza el trompeteo de mis ronquidos tenebrosos o son ¿gruñidos de oso?. Hoy en día la cama me atrae y eso que no tengo a nadie para llevarme a la cama. Y es que la verdad, la cama está hecha para dormir y no para follar y porque follar se puede hacer en cualquier sitio, en cambio dormir, pues no. Yo para dormir como toca, necesito mi propia almohada y que el edredón emane calor, pero sin pasarse ni por arriba ni por abajo y porque yo necesito el punto justo de cocción bajo las sábanas y que poco nos queda, para que los edredones vengan con las temperaturas ajustables y hoy lo quiero a 25º y mañana a 20º.
La noche no promete nada y eso que mira que me gusta vivir de noche, pero hoy en día saco la balanza del armario y peso los dos partes: en una, pongo a la noche con su casi luna llena y en la otra, pongo el día y el suave calor del sol y no sé como se las arregla la puta balanza de mierda, pues siempre gana el día y su bella melodía.
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