Llegado éste momento,
éste momento de inflexión,
en el que mirar hacia atrás,
forma parte de éste instante.
Pues yo me planteo que:
mi alma está despedazada en mil añicos,
que mis pies sangran de andar sobre espinas,
que mi cuerpo está lleno de heridas y cardenales,
que mi mente está caótica y enloquecida,
y que mi yo, sí mi yo, ya no entiendo nada.
Si miro hacia atrás,
sólo veo mis mareos y náuseas,
si miro hacia delante,
siento el temor a mis propios pasos,
y todo a mi alrededor,
se retuerce en extrañas figuras,
que yo no sé interpretar, ni reconocer,
ni analizar, ni siquiera enfrentarme a ellas.
No sé quien soy,
ni creo que lo sepa nunca,
pues cada vez que miro al cielo,
le ruego a dios que resuelva mis dudas,
y dios me contesta con señales,
me manda un rayo o un relámpago,
o un trueno o me dedica un tsunami,
pero no me dice nada más,
ni siquiera me explica el porqué de mi existencia,
ni el que hago yo aquí,
en medio de la nada existencial,
en medio del desierto de Arabia,
en medio de mi jardín sin flores,
y yo le ruego de nuevo,
le imploro y lloro,
le suplico y le pido compasión,
pues le pido que me ayude y me resuelva el entuerto,
que me ilumine y me indique el camino,
que me señale con su dedo de fuego,
el atajo que debo coger,
el atajo que me lleve a resolver todas mis dudas,
sí, todas mis dudas, todas mis dudas existenciales.
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