Eran tiempos de la sin razón, en que lo importante eran los objetivos y
para nada importaban los medios. Pues en ésta plaza y en su Catedral,
para ser más concreto, también hicimos varios encierros. Sólo que aquí
nadie planteó, por suerte, ninguna quema de puertas. Estos encierros los
aproveché para conocer la Catedral por dentro. Ya que por fuera ya éramos previamente amigos de toda la vida y sobre todo de su tejado, ese tejado lleno
de balaustradas, escaleras y
figuras de piedra (foto de la derecha)
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A su tejado, subíamos por la parte trasera, en la parte más baja, la que daba a la plaza de la Quintana. Esto sólo se podía hacer de noche, pues era cuando la vigilancia se relajaba. El paseo nocturno por los tejados de la Catedral, es un paseo que nunca se me olvidarará. Primero andábamos por sus callejuelas rodeadas de barandillas, cruces y figuras, y ya desde la cima dominábamos el mundo. Y allí, desde ese punto, ese punto de tener al mundo bajo tús pies, nos fumábamos el primer canuto. Las palabras, las risas, resonaban como si estuvieramos dentro de una caja echa de piedra. La luz de la luna, la lluvia fina, la neblina y el canuto, todo ayudaba al viaje al fin del mundo. Seguíamos el paseo sintiendo el poder en las venas e intentábamos interpretar esas figuras y caras talladas en piedra. Descubrir los secretos que tenía escondida, tocábamos, saltábamos, corríamos y disfrutábamos y hasta que el amanecer se anunciaba con sus juegos de luces. Era hora de desandar lo andado y caer de nuevo en la plaza de la Quintana.
La plaza de la Quintana, tiene unas escalinatas y no unas cuantas, sino bastantes, que servían lógicamente para subir y bajar, pero su principal función era la de hacer de Solarium. Sus escalinatas eran como tumbonas de un Balneario, ideales para retozar al sol. Al mínimo rayo de sol, rápidamente se llenaba de adictos y esa plaza se transformaba en un hervidero de conversaciones cruzadas, de sentimientos encontrados, de ilusiones perdidas y de deseos inalcalzables. Aparte de servir para retozar y de servidumbre de paso, servía y sirve, para muchas cosas más. Por ejemplo, para hacer Asambleas Abiertas. Abiertas eran, pues todo dios podía acudir, otra cosa diferente, era poder hablar. Pues era lo de siempre, hablar hablábamos los mismos y con el mismo rollo y las mismas letanías. Yo, llegando a éste punto de la película, en la que la repetición era su protagonista, ya echaba humo por las orejas, me levantaba y gritaba con voz apasionada: ¡Vámonos de manifestación!.
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A su tejado, subíamos por la parte trasera, en la parte más baja, la que daba a la plaza de la Quintana. Esto sólo se podía hacer de noche, pues era cuando la vigilancia se relajaba. El paseo nocturno por los tejados de la Catedral, es un paseo que nunca se me olvidarará. Primero andábamos por sus callejuelas rodeadas de barandillas, cruces y figuras, y ya desde la cima dominábamos el mundo. Y allí, desde ese punto, ese punto de tener al mundo bajo tús pies, nos fumábamos el primer canuto. Las palabras, las risas, resonaban como si estuvieramos dentro de una caja echa de piedra. La luz de la luna, la lluvia fina, la neblina y el canuto, todo ayudaba al viaje al fin del mundo. Seguíamos el paseo sintiendo el poder en las venas e intentábamos interpretar esas figuras y caras talladas en piedra. Descubrir los secretos que tenía escondida, tocábamos, saltábamos, corríamos y disfrutábamos y hasta que el amanecer se anunciaba con sus juegos de luces. Era hora de desandar lo andado y caer de nuevo en la plaza de la Quintana.
La plaza de la Quintana, tiene unas escalinatas y no unas cuantas, sino bastantes, que servían lógicamente para subir y bajar, pero su principal función era la de hacer de Solarium. Sus escalinatas eran como tumbonas de un Balneario, ideales para retozar al sol. Al mínimo rayo de sol, rápidamente se llenaba de adictos y esa plaza se transformaba en un hervidero de conversaciones cruzadas, de sentimientos encontrados, de ilusiones perdidas y de deseos inalcalzables. Aparte de servir para retozar y de servidumbre de paso, servía y sirve, para muchas cosas más. Por ejemplo, para hacer Asambleas Abiertas. Abiertas eran, pues todo dios podía acudir, otra cosa diferente, era poder hablar. Pues era lo de siempre, hablar hablábamos los mismos y con el mismo rollo y las mismas letanías. Yo, llegando a éste punto de la película, en la que la repetición era su protagonista, ya echaba humo por las orejas, me levantaba y gritaba con voz apasionada: ¡Vámonos de manifestación!.

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