Hoy es Martes y día 17 de Noviembre y el día está sonriente, vamos, como yo de sonriente, pero sin llegar a esa sonrisa perpetua que tanto nos aconsejan los que van por la vida de Manual de Autoayuda, sí, de que hay que sonreír si te están matando a hostias, pues supongo que lo que nos quieren decir estos samaritanos, es que esas hostias son para hacerte un favor a tí y a tu existencia. Y dicen sus manuales de existencia, que sonreír es la principal cualidad humana y que sí o sí, hay que sonreír por la vida y demostrar que estás contento aunque por dentro la depresión o cabreo te carcome y te corroe. Pues si señor, estamos delante de la apología de los papahostias.
Y yo sería el primero que si un tío me sonríe y diga lo que yo le diga, le partiría la cara y porque me parece una faltada. Y hay momentos para sonreír, como los hay para llorar o para cantar bajo la lluvia o para enfurecerte y que de tus ojos salgan rayos y relámpagos y es que todo tiene su propio momento o su instante. Muchas veces me acuerdo de estos bobalicones y porque padecí a unos pocos amigos que en su evolución natural fueron atacados por el virus de la bondad y la verdad, es que parecían santones bendiciendo a sus acólitos, pero si les rascabas un poco en su eterno estado de bondad, le salía la mala baba por todos sus poros.
Y creo que hasta eran peores que los demás y lo eran porque en el fondo eran rebuscados, pues querían guardar las apariencias y por tanto, disfrazaban hasta la médula su maldad y ese hachazo de maldad siempre te cogía de sorpresa. O sea no creías en su bondad infinita, pero al final un poco te la creías y cuando ya estabas medianamente dilatado, ellos simplemente te la metían y hasta la amígdala palatina. Y mirar una cosa, entre la Iglesia Católica y apostólica, entre los canutos sobrecargados, entre el mantra y su filosofía, entre el budismo metafórico y entre los que Levitan en la estratosfera, pues pasa que entre todos nos comen el coco y venga a flotar y flotar entre un mar de sonrisas bobaliconas.
Y yo sería el primero que si un tío me sonríe y diga lo que yo le diga, le partiría la cara y porque me parece una faltada. Y hay momentos para sonreír, como los hay para llorar o para cantar bajo la lluvia o para enfurecerte y que de tus ojos salgan rayos y relámpagos y es que todo tiene su propio momento o su instante. Muchas veces me acuerdo de estos bobalicones y porque padecí a unos pocos amigos que en su evolución natural fueron atacados por el virus de la bondad y la verdad, es que parecían santones bendiciendo a sus acólitos, pero si les rascabas un poco en su eterno estado de bondad, le salía la mala baba por todos sus poros.
Y creo que hasta eran peores que los demás y lo eran porque en el fondo eran rebuscados, pues querían guardar las apariencias y por tanto, disfrazaban hasta la médula su maldad y ese hachazo de maldad siempre te cogía de sorpresa. O sea no creías en su bondad infinita, pero al final un poco te la creías y cuando ya estabas medianamente dilatado, ellos simplemente te la metían y hasta la amígdala palatina. Y mirar una cosa, entre la Iglesia Católica y apostólica, entre los canutos sobrecargados, entre el mantra y su filosofía, entre el budismo metafórico y entre los que Levitan en la estratosfera, pues pasa que entre todos nos comen el coco y venga a flotar y flotar entre un mar de sonrisas bobaliconas.
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