Hoy el viento está desatado, hoy ruge y lo hace en fuertes rachas y ya quisiera yo formar parte del viento y ser un átomo más de sus profundos soplidos. El Viento siempre me atrajo, quizás por su fuerza inusitada, quizá por su capacidad de alterar al resto de elementos de la naturaleza, quizá porque cuando está más en calma el viento te dice muchas cosas y supongo que cuando está en plan huracanado te dice más, pero mi limitada capacidad humana no me permite interpretar tal cantidad de información. Pero mi capacidad humana si me permite disfrutar del viento huracanado y más si estoy frente al mar. Hoy me acordé de mis paseos domingueros en mi ciudad natal (Vigo), de mi tío Paco llevándonos a mi primo y a mi, a contemplar los temporales del océano Atlántico.
Mi tío Paco era peruano o sea medio japonés, pues sus ojos rasgados y pequeños eran su rasgo principal, era muy buena persona y carecía de la maldad de mi familia materna, pues era tío por parte de mi madre. Amaba el riesgo, igual que nosotros (la diferencia estaba en que nosotros éramos unos niños) y por eso nos acercábamos demasiado a las rompientes de las olas y algún susto tuvimos, alguna desaparición de unos cuantos segundos, pero al final entre la espuma blanca siempre aparecía la efigie de mi primo o de la mía. Lo que estaba asegurado era el acabar empapados y hasta la médula y llegó un momento en que si no te mojabas no tenía sentido el ir a contemplar las olas.
Bueno estaba tan asegurada la empapada como la bronca al llegar a casa, pero digamos que de alguna forma e hiciéramos lo que hiciéramos la bronca siempre estaba asegurada y por lo tanto, daba igual llegar empapados que secos o que en pelotas. A mi primito no, a mi primito y como era hijo único y consentido, su madre solo le decía: duchate y cambiate. En cambio yo llevaba la bronca por todo: por ir a ver el temporal, por mojarme y por no secarme, en fin, llevaba la bronca por el simple hecho de vivir y respirar.
Ahí aprendí a desenvolverme en tierra hostil, pues la hostilidad de mi madre hacia mí llegaba a ser insoportable, pero ya veis que sobreviví y que sigo más vivo que nunca, por tanto, no hay disculpas lastimeras, ni complejos infantiles, ni estupideces de psiquiatra y hay lo que tiene que haber, un tío hecho y derecho y que su principal virtud es saber vivir en terreno hostil y por eso, hoy en día no me quejo de mi existencia. Ahora sí, que no me venga ningún psiquiatra a decirme que tengo que profundizar en mi infancia y porque fui un niño infeliz, porque yo fui feliz dentro de mi mundo, de mi pequeño y estrecho mundo y ya sé que cuando asomoba la cabeza llevaba una manada de hostias, pero coño, aprendí, aprendí a no asomar la cabeza y a vivir dentro de mí.
Mi tío Paco era peruano o sea medio japonés, pues sus ojos rasgados y pequeños eran su rasgo principal, era muy buena persona y carecía de la maldad de mi familia materna, pues era tío por parte de mi madre. Amaba el riesgo, igual que nosotros (la diferencia estaba en que nosotros éramos unos niños) y por eso nos acercábamos demasiado a las rompientes de las olas y algún susto tuvimos, alguna desaparición de unos cuantos segundos, pero al final entre la espuma blanca siempre aparecía la efigie de mi primo o de la mía. Lo que estaba asegurado era el acabar empapados y hasta la médula y llegó un momento en que si no te mojabas no tenía sentido el ir a contemplar las olas.
Bueno estaba tan asegurada la empapada como la bronca al llegar a casa, pero digamos que de alguna forma e hiciéramos lo que hiciéramos la bronca siempre estaba asegurada y por lo tanto, daba igual llegar empapados que secos o que en pelotas. A mi primito no, a mi primito y como era hijo único y consentido, su madre solo le decía: duchate y cambiate. En cambio yo llevaba la bronca por todo: por ir a ver el temporal, por mojarme y por no secarme, en fin, llevaba la bronca por el simple hecho de vivir y respirar.
Ahí aprendí a desenvolverme en tierra hostil, pues la hostilidad de mi madre hacia mí llegaba a ser insoportable, pero ya veis que sobreviví y que sigo más vivo que nunca, por tanto, no hay disculpas lastimeras, ni complejos infantiles, ni estupideces de psiquiatra y hay lo que tiene que haber, un tío hecho y derecho y que su principal virtud es saber vivir en terreno hostil y por eso, hoy en día no me quejo de mi existencia. Ahora sí, que no me venga ningún psiquiatra a decirme que tengo que profundizar en mi infancia y porque fui un niño infeliz, porque yo fui feliz dentro de mi mundo, de mi pequeño y estrecho mundo y ya sé que cuando asomoba la cabeza llevaba una manada de hostias, pero coño, aprendí, aprendí a no asomar la cabeza y a vivir dentro de mí.
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