Ahora ya conozco los ataques del tiburón blanco y sus ataques no son feroces como los míos (yo soy, tiburón sanguinario tipo pez piraña, pero siempre aviso a que los que viven a mi alrededor de que se tomen sus precauciones). Los ataques del tiburón blanco son a pequeñas mordidas que aparentemente no hacen ningún daño, mordidas como si fueran besos envueltos en mensajes de paz y concordia (con mucho punto zen y todas esas cosas) o son ínfimas mordidas sin importancia y de las cuales ni te enteras. Como esos putos pececillos que se comen los colgajos de piel humana sobrante y descamada, que puede ser muy naturalista el tema, pero que a mi me dan un asco infinito. Comer piel muerta me da asco y que se alimenten de ella con toda esa ansia de pez voraz de piel muerta, no sé como definir el asco que me da esa imagen tan visual.
Pues yo como tiburón sanguinario que soy, digo que me entusiasma la carne con sangre fresca de filete recién fileteado, pero una vez que me quedo satisfecho y saciado del todo, me quedo como una boa constrictor que se ha comido una vaca entera (me quedo en una especie de estado catatónico o comatoso). Es decir, me quedo noqueado y aturdido durante unos meses y me dura lo que dura ese lento proceso de digestión...Pero que una vez pasado ese lento y sordo trago digestivo, sobre mi memoria cae un tupido velo que cubre casi completamente mis anteriores recuerdos. Y a partir de ahí, pasan a ser hechos pasados, que además ya no mueven molinos, ni siquiera alteran la superficie de los charcos. Pasado el dolor viene la calma, pero viene una profunda calma que la acomodo dentro de mi propio silencio. Y es lo único que recupero de esos recuerdos, el silencio y su vacío silencioso de calma chicha de mar muerto.
Claro que de vez en cuando, me ataca el tiburón blanco y porque le sale directamente de sus partes más honorables (supongo que serán esas), pues pasa que ahora si que me entero de sus ataques suaves y casi tan tiernos como un beso en el mismo culo de un niño recién nacido. Pero ahora, ya no me enfado tanto como antes y digámoslo de otra forma, ahora esos ataques me hacen cosquillas y cuando yo en mi vida tuve cosquillas. Lo que yo quiero decir mi querida princesa venida a menos, es que en la vida hay que tomar decisiones y yo una vez que son tomadas y pasado ese tiempo de dolor interno e intenso...pues ¿qué queda?. Y ahora y para que lo comprendas mejor, te voy a contar un bonito cuento: Hubo un tiempo y hace unos pocos de años, en que yo fui iluminado por la varita mágica del amor y te convertí en princesa de mi reino o en reina de mi cuento, pero por el medio pasaron muchas cosas, que al final acabaron distorsionando aquél maravilloso amor y por eso, un día nos dijimos adiós.
Después, pasaron meses de dolor y por tanto desamor dolorido. Vale, hasta aquí es fácil de entender éste cuento de hadas, pero creo que la parte final se te escapa entre tus dedos y porque desde entonces, entras en una especie de pensamiento envolvente y repetitivo que de vez en cuando emerge y que viene a decir, que algo se puede salvar del desastre al que hemos asistido. Y yo digo que no y porque no quiero y porque no me apetece darle ninguna vuelta más aquél dolor de parto distócico y de nalgas. No hay... y no hay y además ahora te puedo asegurar, que no lo habrá nunca más contigo. Punto final. Cambiemos de libro. Y hasta nunca y porque ni creo que nos veamos en la otra vida, porque en el infierno no hay cruces de caminos, ni senderos mágicos que alumbren nuestras historias, ni hermosos acantilados al borde del Mediterráneo, ni faros del fin del mundo, ni estrellas fugaces, ni lunas llenas, ni paseos por Lisboa o por Santiago de mis amores y me temo que de aquellas fechas futuristas, todo estará ardiendo como hoy en día arde medio mundo. Y al final, seremos pasto de las llamas y punto. Ya lo éramos y la pregunta del millón: ¿y porque azuzas los rescoldos?.
Pues yo como tiburón sanguinario que soy, digo que me entusiasma la carne con sangre fresca de filete recién fileteado, pero una vez que me quedo satisfecho y saciado del todo, me quedo como una boa constrictor que se ha comido una vaca entera (me quedo en una especie de estado catatónico o comatoso). Es decir, me quedo noqueado y aturdido durante unos meses y me dura lo que dura ese lento proceso de digestión...Pero que una vez pasado ese lento y sordo trago digestivo, sobre mi memoria cae un tupido velo que cubre casi completamente mis anteriores recuerdos. Y a partir de ahí, pasan a ser hechos pasados, que además ya no mueven molinos, ni siquiera alteran la superficie de los charcos. Pasado el dolor viene la calma, pero viene una profunda calma que la acomodo dentro de mi propio silencio. Y es lo único que recupero de esos recuerdos, el silencio y su vacío silencioso de calma chicha de mar muerto.
Claro que de vez en cuando, me ataca el tiburón blanco y porque le sale directamente de sus partes más honorables (supongo que serán esas), pues pasa que ahora si que me entero de sus ataques suaves y casi tan tiernos como un beso en el mismo culo de un niño recién nacido. Pero ahora, ya no me enfado tanto como antes y digámoslo de otra forma, ahora esos ataques me hacen cosquillas y cuando yo en mi vida tuve cosquillas. Lo que yo quiero decir mi querida princesa venida a menos, es que en la vida hay que tomar decisiones y yo una vez que son tomadas y pasado ese tiempo de dolor interno e intenso...pues ¿qué queda?. Y ahora y para que lo comprendas mejor, te voy a contar un bonito cuento: Hubo un tiempo y hace unos pocos de años, en que yo fui iluminado por la varita mágica del amor y te convertí en princesa de mi reino o en reina de mi cuento, pero por el medio pasaron muchas cosas, que al final acabaron distorsionando aquél maravilloso amor y por eso, un día nos dijimos adiós.
Después, pasaron meses de dolor y por tanto desamor dolorido. Vale, hasta aquí es fácil de entender éste cuento de hadas, pero creo que la parte final se te escapa entre tus dedos y porque desde entonces, entras en una especie de pensamiento envolvente y repetitivo que de vez en cuando emerge y que viene a decir, que algo se puede salvar del desastre al que hemos asistido. Y yo digo que no y porque no quiero y porque no me apetece darle ninguna vuelta más aquél dolor de parto distócico y de nalgas. No hay... y no hay y además ahora te puedo asegurar, que no lo habrá nunca más contigo. Punto final. Cambiemos de libro. Y hasta nunca y porque ni creo que nos veamos en la otra vida, porque en el infierno no hay cruces de caminos, ni senderos mágicos que alumbren nuestras historias, ni hermosos acantilados al borde del Mediterráneo, ni faros del fin del mundo, ni estrellas fugaces, ni lunas llenas, ni paseos por Lisboa o por Santiago de mis amores y me temo que de aquellas fechas futuristas, todo estará ardiendo como hoy en día arde medio mundo. Y al final, seremos pasto de las llamas y punto. Ya lo éramos y la pregunta del millón: ¿y porque azuzas los rescoldos?.
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