
Un pueblo pequeño como el mío,
creo que es el mío,
tiene el mar besando sus hermosos pies mediterráneos,
afuera hace frío
pero sin que sea polar,
hace frío
en el parque de las afueras
también hace frío
un perro pasea a su dueño,
una persona mayor anda despacio y como puede,
las aceras están mojadas por la intensa humedad,
la luna está plena de ansiedad
y está más coqueta que nunca,
mientras un pájaro nocturno
hace vuelos casi al ras del suelo,
mientras, allá en la ciudad
se encienden las luces de neón
que se mezclan con luces de semáforos
y mientras en éste pueblo perdido de la mano de dios
el coronavirus extiende sus dedos,
y cunde el pánico
y todos nos hablamos más allá de un metro,
bueno...no todos,
los sanitarios tenemos que estar al pie del cañón
y convertir el pánico en medidas preventivas,
tenemos que poner orden y sosiego en éste galimatías,
el pánico colectivo tiene esas cosas,
convierte a la gente en masa
y cuando la masa decide es que todo va muy mal,
seamos responsables de nuestras ansiedades,
miedos tenemos todos,
pero el miedo no nos debe convertir en monstruos.
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