No importan los días que huelen a hueso y carne quemada
esos días (de nuestra infancia)
se olvidan entre bolitas de alcanfor
y al fondo de cualquier viejo cajón oscuro
pero su dolor queda
y su aroma te atrapa.
Si volviera a nacer
sería una parte infinita del amanecer
sería una aurora boreal sin final
sería un atardecer
vestido de viento de poniente
mirando al iracundo mar.
Duele lo que tiene doler,
lo que por cojones tiene que doler.
Y el olvido
es el peor de los dolores.

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