Que nadie me entienda mal, (aunque en el fondo me da igual), pero a mí me duele el hecho del existir. Sí, de que yo esté existiendo y de ésta forma y es que me aproximo al punto cero o punto donde la realidad y la magia se entremezclan y juegan al escondite y al hacer manitas. Y yo sé, que todo me lo he ganado a pulso y con el sudor de mi frente y también, con algunos dolores de huevos, pero en definitiva tengo lo que tengo porque cuando dios me puso en la tierra me dijo: "tío o te espabilas o te comerán los gusanos". Y ¿qué pasó?, que primero me comí a los gusanos y después me puse a espabilarme y ahora estoy en el punto zen o punto de la tierra de nadie.
Y se está muy bien en el punto zen y porque mires para donde mires todo está suave y aterciopelado y tal y como si estuviera colocado con unos buenos canutos. En realidad estoy en el punto, por el que nos pasamos la vida persiguiéndolo y por eso nos hemos colocado con todo y le hemos dado a todo y hemos querido de todo y hemos follado de todo y hemos ansiado lo que no teníamos que querer y todo, porque queríamos tener nuestro propio e intransferible, punto zen. Pues nada, señores y señoras, pues yo ya estoy instalado en él y desde aquí y os lo juro, hay muy buenas vistas y el sol sale por Finisterre y se acuesta por Menorca (creo que era al revés).
Y el orden de las cosas no altera el producto y el producto es que yo he alcanzado mi propio punto zen y además, lo he conseguido a pelo y segregando mis propias drogas endógenas. Y no tuve que hacer deporte hasta casi matarme y no tuve que correr los campos como un capullo que corre por correr y buscando el no sé qué... Porque los corredores ¿qué buscan?, ¿doparse a base de dopamina o joder a los paisanos (como yo) que gustan de los sitios más lejanos y entrañables o es que van de detrás de unas liebre imaginaria?. Como todo puede pasar en la viña del señor, pues nada que sigan corriendo por los montes, que yo seguiré instalado en mi propio punto zen.

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