Más no lo maté con mis manos.
Fueron mis temblorosos dedos
los que apretaron el gatillo
y le mataron a quemarropa.
Sus restos están clavados en la pared
y esas manchas que han dejado
son el único testigo
de que aquello nunca ocurrió.
Era un sueño o pesadilla,
yo mataba al ruiseñor que me decía:
tú eres el culpable de todo
y venga a insistir y persistir
y venga a tocar mi lado malo y peor
y venga a sacarme la ira de mis entrañas
y hasta que un día puse la mira en él
y simplemente, disparé.

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