A veces cuelgo poemas del techo
y como farolillos rojos en una noche de verano.
Otras veces entierro poemas entre las plantas de mi terraza
esperando que crezcan como crecen las flores
de mi pequeño, pero coqueto, jardín.
Hay días en que me pongo a escribir bajo la lluvia
y como si mi portátil fuera una madera donde agarrarme
ante un posible e improbable, tsunami
que además sé...
que me moriré sin ver.
En realidad
poco importa donde deje mis poemas,
ellos crecen y se amamantan solos
ellos son como la mala hierba
crecen a contratiempo y a destiempo
y sobre todo crecen...
en contra de toda ley.

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