«Muchas veces envidié las vidas sencillas que llevan trazado el camino, pero me duró poco. Hoy me gusta lo impensado, lo incierto; me atrae lo desconocido; el encanto del libro que no se ha leído y de la partitura que no se escuchó jamás. No comprendo la existencia de las personas que se levantan todos los días a la misma hora y comen el cocido en el mismo sitio. Si yo fuera rica, no tendría casa. Una maleta grande y viajar siempre. Deteniéndome en donde me agradase, huyendo de lo molesto… aspirando el aroma de las cosas sin analizarlas. Eso de hacerse un palacio con cementerio y todo para vivir y morir en un mismo sitio me parece que nos asemeja a los moluscos. ¡Pícaro progreso que trajo los ferrocarriles en lugar de las cómodas escobas sobre las que cruzaban el aire nuestras respetables abuelas!
He sufrido mucho… ya no me acuerdo… pero experimenté el placer del sufrimiento. No lo crea usted paradoja, tuve el placer de sentir la vida intensa, vibrar agitándome en ansias de muerte y de desesperación. Otras veces se me desbordó el pecho en amor, en placer, en esperanzas… algunas en anhelos de bien y de justicia. ¡Qué más da! Lo hermoso es sentir la vida. Por fortuna tengo una naturaleza fuerte y sana que se libró del peligro de excitar la morbosidad del dolor. Hoy (con ligeros interregnos) mi gesto favorito es el encogimiento de hombros. ¡Hay tan pocas cosas que valgan la pena de apasionarnos!
No soy ambiciosa ni me importa el juicio ajeno. La calumnia se estrella a mis pies lamiéndolos mansamente como el agua del mar a las rocas inquebrantables.
Detesto la hipocresía y como soy independiente, libre y no quiero que me amen por cualidades que no poseo, digo siempre todo lo que siento y se me antoja. Así los que me quieren, me quieren de veras.(...) »
Ilustración de Carmen F. Agudo

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