UN MINUTO DE SILENCIO


Entiendo que yo y todo lo de mi alrededor, somos productos perecederos y que llevamos puesta la etiqueta de caducidad. Lo entiendo aunque a veces me cuesta, me cuesta pensar  que a lo mejor mañana me quedo tieso y tenga que veros la cara desde la caja de pino. Dios mío, ¡como me cuesta!. Me cuesta pensar que hay personas que no veo desde hace mucho tiempo y supongo que les vería el careto en mi funeral y diciendo entre lágrimas y sorbiendo mocos, "Bruno fuiste un buen chaval".

Mentira...puta mentira...Primero, porque de buen chaval, ¡un huevo!.  He sido las dos caras de la misma moneda, he sido un hijo de puta, como todo lo contrario. He sido tierno, pero también grosero y déspota. He sido tan dulce como agrio. He sido espléndido y en eso nunca dejé de serlo y no sabéis como estoy orgullosos de ello. He sido un descontrolado y lo peor es que  hubo un tiempo, en que lo he reivindicado. He sido cruel, inconsciente, mentiroso y drogadicto. Aunque a veces (muchas), he sido cariñoso y eso es lo que me ha salvado, el que en los buenos momentos he repartido besos, abrazos y caricias y también dí alguno en los momentos más peores y malos. También he sido comprensivo algunas veces y quizá lo más destacable de mi y de mi forma de ser o de estar, es ver al mundo desde una perspectiva optimista o dicho de otro modo, ser capaz de contagiar mis explosiones vitales.

Pues si señores, yo siempre he amado la vida y eso que luché quizá demasiado por no quererla, por repudiarla y maltratarla. Han sido más veces de las que quiero pensar y reconocer. A ratos, a años y a meses estuve en el bando del egoísmo, de la miseria, de la envidia, de la mezquindad, del oscurantismo y en definitiva, estuve instalado en el bando de la estupidez egoísta y durante esos años mi ombligo fue el eje sobre el que giraba la tierra. Pero a pesar de todo esto, a la mínima, volvía a asomar por mi cabeza el optimismo de mi lado más vital. Bendita vitalidad, bendita sea, porque sin ella y sin las muchas dosis de paciencia por los que me padecieron y más en mis malos momentos, hoy os aseguro que no estaría vivo.

No pretendía entrar en temas subterráneos, pero hay momentos en que tienes que verte de frente y escupirte a la cara, después de ese acto, sientes esa especie de tranquilidad suave y silenciosa, esa tranquilidad que siempre viene detrás de una tormenta de verano. Necesitaba éste minuto de silencio, por mí y sobre todo, por los demás que dejé en las trincheras o en las cunetas, a veces tirados y en otras abandonados. A ellos y cada uno a su nivel, les dedico éste minuto de silencio.

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JULIO CORTÁZAR