Al poner un pie en la fría baldosa,
y al hacer el movimiento de levantarme,
yo ya sé si el día va a ser propicio
o si los astros me van a acompañar,
y si me darán suerte y dispendio,
y si al anochecer podré cerrar los ojos en paz.
Lo siento en mis gestos,
en mi salutaciones,
y en mi mirada ante el espejo.
Y es que en mis pasos, aún lo noto más,
el caminar se hace inseguro y trastabillado,
y los ojos se quedan fijos mirando el suelo,
y el cerebro se convierte
en una taza de chocolate espeso .
No pretendo sentar cátedra de nada,
ni pretendo dar leciones magistrales,
no es mi intención, ni de lejos,
sólo planteo que hay días en que la duda,
crece como crece una enredadera.
Son días de malos presagios,
o de malos augurios,
son días de cuervos negros,
de cuervos que vuelan dando vueltas,
alrededor de tú cabeza,
son días de nubes borrascosas,
de ambientes espesos, cargados,
ambientes cercanos al desespero,
y eso se nota,
y se nota tanto,
que enturbian, aún más, mi cerebro.
No existe antídoto, ni magia negra,
que rompa el hechizo,
ni vale el cambiar los muebles de sitio,
ni pintarte las uñas de color rojo,
ni lavarte la cara con ácido sulfúrico,
ni siquiera vale cambiarte de acera,
no hay solución para éste entuerto,
no la hay ahora, ni la habrá nunca.
En los días de densa niebla,
como son estos días,
hay que buscar los claroscuros de la vida,
los fogonazos de luz,
los instantes fugaces,
los momentos de clarividencia,
y borrar esos días del calendario,
borrar, tachar y emborronar,
no hay ningún secreto más,
dejar sólo, que simplemente pasen,
que pasen esos días malditos.
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