SANTIAGO - Parte III

                    Aquí, en las manifestaciones, yo ya no era yo, era un bulto con ojos salidos. El sudor ya no era sudor, era pura epinefrina. Me movía, organizaba, gritaba cuatro consignas y no sé como lo hacía, pero siempre acababa en la cabecera de la manifestación. Después, venía la disolución de la manifestación, que siempre acababa igual, la policía se encegaba dando hostias a todo lo que se movía.  Nos dispersaban y nos juntábamos de nuevo. Los paisanos de Santiago estaban acojonados. Por un lado, la poli dando hostias brutales y por otro lado, los estudiantes piraos, destrozando el mobiliario urbano. Cogíamos sillas y mesas de las terrazas y las usábamos de parapeto y cuando no cogíamos un coche en volandas y lo plantábamos en medio de una calle. Difícil dilema el del paisano de a pie, la policía era seguridad y decencia y los estudiantes aunque estaban piraos, eran los que le daban de comer. Así que en ese momento del dilema tomaban la solución más pragmática, la cual se resumía, en esperar a que llegara primeros de mes, para que su bolsillo engordara con el alquiler del mes. Puro pragmatismo.

                                De vuelta a la plaza da Quintana (la que se ve en la foto de la izquierda). A esta plaza, sólo la recuerdo llena hasta los topes, una vez al año, el 25 de Julio, día del Apóstol Santiago y también Día da Patria Galegas. Ese día, primero desfilábamos por las calles de Santiago en manifestación, con su punto final, en la Plaza de la Quintana. Como todo tema patriotero, aquello estaba lleno de banderas y de consignas que ensalzaban las virtudes de nuestro querido pueblo. Los defectos los dejábamos para otros momentos menos festivos. A continuación, se daba rienda suelta a los mítines y siempre con el final de nuestro querido himno. Cuando sus últimas notas aún resonaban, nos dirigíamos hacia los vinos y aperitivos. Como aquí en Santiago, hay más bares que piedras, pues no había problema y se empezaba por el más cercano y después sólo había que dejarse llevar por la marea.

                                 Después sonaba una supuesta corneta, llamando a retirada y todos como corderos nos dirigíamos a una Carballeira, (el roble símbolo de nuestra amada tierra) y bajo su sombra nos cobijábamos de la lluvia y a veces, sólo a veces, del sol. Y así entre cánticos populacheros y el ondular de las banderas, poco a poco íbamos desfilando de vuelta al hogar. Otro día 25 de Xulio había pasado.

      

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JULIO CORTÁZAR