SANTIAGO - Parte VII

 Cabe una reflexión seria de todo esto, ¿Que fue de los paisanos que vivían rodeados de tanto indio?. Pues muy sencillo, como dije al principio, de dormir tan poco,  por la mañana se dedicaban a ponerse a la cola para pedir la cita al Psiquiatra de su Ambulatorio...


  En definitiva, de Santiago me quedo con todo o casi todo. Ya sabéis mi opinión acerca de la parte nueva de Santiago. Del resto me quedo con todo, para lo bueno y para lo malo. Me quedo con sus piedras, con sus calles estrechas, con su mercado, con sus plazas e iglesias y hasta con sus vinos y puestos pedir, también me quedo con sus bocadillos. Hablando de bocadillos, os recomiendo un sitio singular y pintoresco. Es un bar de bocatas, que está situado al final de la calle de la calle de El Franco. Al pasar cerca de éste bar, el olor de su plancha te impregna y el humo también. Se bajaba dos escalones y entrabas en la guarida y entre la bruma de humo, medio distinguías a un tío que lucía un mandil de cocinero, que le cubría parte del pecho y debajo llevaba una camisa, que en sus tiempos debió ser blanca. Con unos medallones de grasa colgadas desde la época de la guerra civil y con unos ribetes blanquecinos de sudor que hacían una especie de mapamundi. El tío guardaba sus manos en sus sobacos sudados y con esas mismas manos cogía y de uno en uno, los bocadillos. Creo sinceramente, que éstos bocatas nos gustaban tanto, por ese aderezo tan especial y ese sabor que le daba el sudor añejo. Eso, y más la plancha, llena de capas de grasa superpuestas, hacían un conjunto, una aleación, que era la verdadera sustancia del bocadillo.


                               De Santiago, he hecho un repaso por fuera. Me gustaría también hacerlo por dentro. De como vivían los paisanos, ya hice un somero repaso, pero como vivían los estudiantes por dentro, en sus nichos, digo en sus pisos, de eso no he dicho nada. A esto es a lo que voy. Cada año, variábamos de prisión. Quizá porque nos cansáramos de la anterior vivienda o lo más probable que fuera una falta de entendimiento entre el dueño del piso y los inquilinos. Parecía que siempre había un descuadre de números. No coincidía nunca nuestras cuentas con las del patrón, por lo que lo adeudado, se quedaba en eso, en deuda, pero eso sí, ya nunca nos volvería a alquilar ningún piso.

                             Al llegar al piso, se echaba un vistazo general. Se contaban las habitaciones, y en el baño y la cocina ya ni siquiera se entraba, pues fue el mismo diseñador el que hizo todos los baños y cocinas de ésta parte nueva de Santiago, ¿para que verlos?,  si todas eran fotocopias del mismo plano original. Así que, ya concertábamos una reunión para esa misma tarde, para tratar todo lo referente al piso. En resumen se hablaría de los pagos y de los asuntos que concernían a nuestra convivencia. En la reunión de los inquilinos del piso, lo primero que se trataba, era del reparto de las habitaciones. No era igual una habitación interior y sin ventanas, que una en la que entrara la luz del sol. Tampoco era igual el tamaño, pues había habitaciones con cama y armario, a otras en que ni la cama cabía


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JULIO CORTÁZAR