Así que, se procedía a su reparto, esto se hacía de la forma más democrática posible. No solía haber ningún problema en éste sorteo, si los dos que buscaron el susodicho piso, les tocaba las mejores habitaciones de la mansión. Pero, si lo había, si a éstos no les tocaba. Entonces empezaban las discusiones, si yo estuve un mes buscando, si yo visité miles pisos..., entonces el sorteo ya no valía. Al final, escogían primero los dos buscadores de piso y los demás si entraban en el sorteo. Yo, por si acaso, después del primer año, fui de los que siempre me ponía a buscar piso, por razones obvias. El segundo punto del orden del día, solía ser el de las tareas comunes. Esas respetables reglas que ayudaban en teoría, a tener una convivencia mejor.Entraban los turnos de los espacios comunes: la sala de estar, si la había claro, la cocina y por último, el cuarto de baño. La sala de estar, se llegaba rápido a un acuerdo. Con barrer de vez en cuando iba que chutaba. La cocina, ésto ya era otro cantar. Había que hacer los turnos rotatorios, de los que cocinaban y los que limpiaban. Nadie se podía librar de hacer una sabrosa comida de estudiante. Al final, se hablaba de poner la pasta para el fondo común. En que lo más común en él, es que nunca hubiera fondo ninguno, por lo menos a partir de la primera semana de cada mes.
Los días pasaban y cada uno con sus quehaceres. Al principio la casa iba medio tirando. Pero en el día a día, se iba fallando en cada vez más detalles. Hasta que un día petaba la cocina, el eslabón más débil de la casa, bueno junto con el baño. Bajar la basura cada día, era lo más duro y poco a poco se olvidaba alguna que otra bolsa de basura. Lo malo era, cuando se acumulaba una serie de días, entonces aquello se convertía en un vertedero. Pasados los siete días, la cocina era putrefacción total, los hongos se convertían en atómicos, los gusanos por el suelo te daban muy educados los buenos días y las cucarachas montaban sus tiendas de campaña. El hedor, ya no era hedor, era olor a holocausto. Por lo tanto y sin más dilación, se procedía a su clausura y cierre definitivo y desde ese mismo instante hasta final del curso, ya nadie osaría a poner un pie en la cocina. Asunto resuelto.
Nuestro espacio vital se iba reduciendo y a partir de ahora quedaba acotado a la habitación, el pasillo y la sala de estar, suficiente para unos sufridores como nosotros y aún así, quedaba espacio por destrozar. El siguiente paso, era ir a por el cuarto de baño. Las paredes del baño, iban adquiriendo con el paso de los días, ese color gris, medio amarillento y sus bordes se iban adornando de un ribete de color mierda que posteriormente, pasaría a color negro . El desagüe del baño y en vista de que siempre se perdía el tapón, se dejaba que se hiciera un tapón natural, un tapón elaborado con pelos y restos de jabón. El water, !qué bonito era el Water!. Alrededor del pie de la taza, se formaba un charco de meadas mal apuntadas, lo idóneo para ir a mear descalzo y notar el calorcito del meado. La taza del water por dentro, eran chorros de óxido amarillo-marrón, junto con restos de cagadas, que en forma de pequeñas avellanas se adherían con fuerza a la taza. Era tal su adhesión, que cuando uno iba a mear, siempre intentaba apuntar a las avellanas con la meada. A veces al darle de lleno y si las cogías desprevenidas, se soltaban y tú salías tan contento, por eso de sentirte cooperante de la limpieza del water. Pero la mayor parte de las veces, no conseguías despegarlas, por lo que se lo comentabas a tus camaradas y les describías que avellana era la que se resistía, su color, su tamaño y situación, para que ellos, a su vez le dieran caña. El lavabo, en sus tiempos era blanco y ahora se teñía de marrón-ocre, con manchas mezcladas de lapos enconados y restos de pasta de dientes. En la encimera del lavabo se acumulaban, dentífricos acabados e inacabados, cuchillas de afeitar oxidadas, esqueletos de pastillas de jabón, cepillos de dientes y a veces, todo esto adornado y a modo de guinda del pastel, de un tampón. El tampón nunca supimos si era usado o no, pues nadie se atrevió a preguntarlo y allí quedó, quedó como un ornamento más del lavabo del baño.
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