¡HAY TANTO QUE CONTAR!

                  Hoy es sábado sabadete y ya se sabe camisa nueva y un polvete. Pero me ha tocado chingar de otra manera, currar y sin camisa nueva y menos hablar de un polvete. Ahora son tiempos que de chingar currando nada de nada, vamos ni chingar, ni privar, ni pasarte un sólo pelo y ¡a menos mal!. Hace ya muchos años, cuando uno estaba de guardia, dejaba un cartel a la entrada del servicio de urgencias y diciendo: estoy en éste bar comiendo o cenando y con el teléfono escrito en un papel y ya te olvidabas de todo, te ibas a comer y a jugar al futbolín o al billar, o a lo que te diera la gana.

                 Si el bareto o antro al que ibas, tenía teléfono te llamaban allí, pero sino te iban a buscar y todo el mundo tan contento. De aquellas había el beneplácito de que beber no estaba tan mal visto y entraba dentro de una lógica un tanto surrealista, en la que se incluía que pudieras privar sin tener ningún problema. Era como fumar en la consulta y en lo que también se hacía la vista gorda. Yo creo que el límite estaba en que no fueras dando tumbos o que ya no pudieras ni hablar de la papa que llevabas, pero hasta ese límite, todo y absolutamente todo, repito, estaba permitido.

                                    Eran bestialidades de otros tiempos y en el que influían dos factores importantes: uno, que eras joven y el cuerpo te aguantaba la marcha y otro, era que los  servicios de urgencias de aquellos tiempos, tenían un número muy limitado de asistencias, por ejemplo, había muchas muertes por infarto y la norma era que no se avisaba al médico, morían tiesos en su casa. Por ese número reducido de avisos y por ser joven, era lo que nos permitía juntar todas las guardias. Yo me acuerdo de hacer 6 o 7 días seguidos de guardia de 24 horas y después librabas el resto del mes. Una animalada, pero tú cuerpo aguantaba y teniendo en cuenta que más o menos podías dormir algo, pues te metías entre rejas toda una semana y después a disfrutar el resto o sea 3 semanas.

                    Las cosas fueron evolucionando y tú con ellas, ¡qué remedio! y poco a poco fueron  aumentando el número de asistencias, al mismo tiempo que los años pasaban inexorablemente y el resultado fue que de currar una semana seguida, nada de nada y como mucho hacías 3 días seguidos. Después más adelante, ya ni siquiera aguantabas 2 días seguidos, las noches se fueron endureciendo conforme aumentaba la demanda y era vital el descanso postguardia.

                   Recuerdo de aquellos tiempos lejanos, que te tomabas unas birras o unos cubatas y no pasaba nada, era como si la gente pensase más vale un médico medio colocado, que no tener ninguno. Más tarde lógicamente se endureció el control alcoholémico y se cambió de tomarlas en los bares a tomarlas en el servicio. Y así, hasta que al final ni aquí ni allí, ni en ningún sitio. Yo sólo vi un problema en éste aspecto y fue a un compañero y amigo que era alcohólico y claro, empezaba con una copa y al final eran 50, hasta que un día ya no pudo caminar hasta el Servicio de Urgencias y le cayó un paquete que no veas.

                            También me acuerdo de mi primera guardia de urgencias, cagado hasta las trancas y con el vademecum y un libro de medicina abierto en la cama de mi habitación. Y era tal la inseguridad, que a  cada cosa y aunque fuera la tontería más grande, tenía que ir a la habitación a consultarla,  me era imposible decidir por mi mismo. Pero eso sí, ibas comparando tú primer diagnóstico con lo que decía el libro y esa era la manera de aprender, se aprendía, como se dice, a base de llevar palos. En la habitación había un ventanuco abierto que cada vez que entraba en la habitación lo miraba y sólo pensaba en escaparme por él y ni servicio de urgencias ni mierdas benditas. 

                           Aquello no eran 24 horas de guardia eran 24 meses, sino años y de dormir ni un pijo, la noche era criminal, tumbado y levantado, levantado y tumbado y un paseo por dentro y después por fuera y ahora estudio un poco y ahora intento dormir un rato y al primer ruido que escuchaba, ya pensaba en el marrón que se me venía encima. Y si viene esto, ¿que hago? y si viene lo otro, pues más de lo mismo. Era la noche eterna, la noche en vela, la noche llena de interrogantes y de dudas, ¿y yo para que estudié esto?, ¿y porqué no hice otra carrera? y ¿qué me importan a mi los enfermos? y yo ¿quién soy para intentar curarlos?, y te tenías que convencer a cada momento, de que tú eras el médico y no eras el cura de la parroquia y por tanto a ti te tocaba decidir sobre lo que tenían y su tratamiento y así toda la puta noche. 

                          Menudo stress y sobre todo de noche, pues eras el único médico localizable en toda una amplia comarca. Por el día había otros médicos pasando consulta y eso quieras que no, te aliviaba. Por eso, en esos principios en el que estaba permitido beber y fumar, yo siempre me apuntaba a la mínima ocasión, pero eso sí, con las orejas levantadas, siempre en tensión y con una buena dosis de miedo escénico y así casi nunca me emborrachaba, por no decir, que nunca, claro y también moderándote en lo que bebías, todo hay que decirlo. Ahora ya han pasado muchos años en que no bebo nada, res de res o sea nada y por el medio han quedado muchas anécdotas, que ya iré contando. ¡Hay tanto que contar!.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

JULIO CORTÁZAR