A veces no soy yo el que hablo, debe ser mi alma la que se expresa, pues leo lo que he puesto y no reconozco el que antes tuviera esos pensamientos, ni esos recuerdos tan y tan nítidos. Porque aún no se expresarme a fondo, pero juro que las sensaciones de cuando leo lo que escribo, por ejemplo, sobre la Nochebuena en casa de mis padres, veo todos los detalles y los gestos faciales y oigo las risas y como se van deformando conforme avanza la noche. Realmente me traslado a aquellos tiempos y saco recuerdos que nunca tuve.Y no son alucinaciones, pues son cosas que he vivido, pero me estremece ver tan de cerca las caras familiares y tan reales y hasta veo las copas sobre la mesa y el mantel y la comida y esa mesa grande del comedor y la sala de estar, en la cual sólo se podía entrar cuando venía una visita importante o sea casi nunca y también se podía entrar en esos dos días, en la Nochebuena y en el día de Navidad, el resto del año era zona acotada y prohibitiva.
Aún veo la estufa de butano encendida y echando llamaradas amarillas y azules y eso olor tan fuerte que desprendía y el dolor de cabeza que producía.¡ Como colocaba la dichosa estufa!. La chimenea, pequeña pero coqueta y cuidado con que no saliera una chispa hacia el suelo, pues menuda bronca por parte de mi madre y con la amenaza constante, de que si quemaba lo más mínimo el suelo de madera, sería la última vez que se encendía.
Y la vajilla y los cubiertos especiales para esa noche, que a mi me parecían de plata y después en realidad eran de alpaca. Y los vahos en las ventanas que llamaban mi atención especialmente, pues sólo esa noche había tanto calor dentro de esa casa, el resto del año, era como estar a cielo abierto. Menudo frío pasé de pequeño y sobre todo humedad de pecera. Meterse en la cama tenía su tela, previamente había que llenar la bolsa de agua caliente para los pies y después abrir la cama era un poema, pues debido a la humedad reinante los sábanas se pegaban como dos lapas y despegarlas era una trabajera que no veas.Pero me gustan estos recuerdos nuevos, me gusta recordar cosas olvidadas y disfruto pensando en estos momentos tan íntimos y tan recientes en mi cabeza. Las caras, las caras me gusta verlas, pero a la vez me meten miedo, de claras y nítidas que las veo, es como si pudiera tocarlas e irle cambiando los gestos y las expresiones, es como si tuviera un mando entre mis manos y jugara a ver cinco mil caras distintas.
Claro que a veces me da la impresión de que alguna cara me mira con perplejidad y como preguntándome en donde coño me había metido, como si llevaran años esperándome a que por fin yo apareciera. A lo mejor es eso, que faltaba yo en la fiesta familiar y que a partir de ahora, quizá se cierre definitivamente esa puerta del espacio tiempo, esa misma puerta que quedó abierta en una Nochebuena cualquiera, allá hace muchos años y en una casa de Vigo.
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