Y ahí la cagamos, ahí se acabó la historia, pues lo primero que nos dio a probar el moro, fue un manjar de los dioses y después fue bajando de calidad, pero nosotros ya estábamos ciegos como piojos. Y al final, nos dio el costo que le salió de los huevos al moro y nosotros tan contentos. Menudos tres gilipollas perdidos entre chavolas inmundas y tercermundistas. Después nos dejaron en medio de callejuelas sin salida y empezamos a dar vueltas y vueltas y siempre volvíamos al mismo sitio. Y aún así y a pesar del ciego que llevaba puesto, me acuerdo perfectamente de esa LUNA LLENA, esa misma luna que me decía y me lo decía a gritos, que sí, que si estábamos vivos.Pero por fin conseguimos ver un trozo de agua marina y eso nos indicó el camino, pues nuestro objetivo era una antigua base militar que daba a la playa ( que manda carallo con el puto sitio). No sé como llegamos, pero llegamos, y nos metimos en el garito abandonado y lleno de meadas y sobre todo, de cagarros. Allí nos bajamos los pantalones y nos untamos y bien untados de vaselina y eso sí, cada uno se unto así mismo, pues tampoco dábamos para untarnos el uno al otro y cada se untó como podía (no penséis que teníamos reparos en untarnos el uno al otro, ¡joder! si éramos progres de película.
Después hubo que meter las bolas de costo y hasta el fondo y por el culo y mejor si era hasta el Esófago, pues el tema iba de eso, de cuantas más bolas de costo mejor y entonces mejor si te salían por la boca. Y así, colocados y dando traspiés de un lado a otro, y al llegar la madrugada, nos dirigimos al puesto fronterizo. Y por cierto con unos manchones del carajo en los pantalones, pues con el ciego nos habíamos pasado de vaselina. Subimos primero al Barco que cruzaba el Estrecho y ahí nos pudimos consolar un poco, el resto de los viajeros a esa horas de la mañana, creo que eran las 6, iba tan puestos igual o más que nosotros. ¿Menudas colgaderas había!.
Llegamos a la frontera y aquello sí que acojonaba, pero los colgados que iban delante pasaban sin más la frontera y de vez en cuando caía uno. Por lo que dedujimos que los pasmas hacían un recuento numérico, pasaban 10 y caía uno. Bueno pues pasamos y pasamos con los pantalones bien untados de vaselina y con esa mancha grasienta que señalaba la mancha de vaselina y eso daba cante a costo culero y lo daba a mil kilómetros.Y el ciego de ese mejor costo del mundo, ese mismo que nos pusieron para ponernos ciegos y así coger la peor mercancía. Pero a esas horas de la mañana todos iban puestos hasta el moño y todos eran portadores de costo culero. Y hasta llegar a Madrid no cagamos las bolas,. ¡que asco de bolas! y rodeadas por todos lados de mierda y claro, cagando sobre papel de periódico. Después venía el proceso de limpieza y ¡hala! las bolas de costo ya estaban dispuestas para venderse o para fumarse entre amigotes.
Puro costo del moro, puro costo cagado por el culo. Por último y al llegar a la meta, que era Santiago de Compostela, todo dios nos felicitó por el costo, ese costo tan bueno, ese costo que era el peor que tenían los moros y ese mismo costo y que a lo mejor subía tanto por la mezcla del costo con nuestra mierda. ¿Quién sabe?. Pero éramos estudiantes y pronto se olvidaban nuestros fracasos. Porque esa aventura fue un fracaso en toda regla, pero ¿quién iba a ser el valiente que dijera la verdad verdadera?. Pues nadie y así quedamos los tres como héroes de película. Ahora por dentro fue otra cosa, pero que pero que otra cosa muy distinta. ¡Un fracaso de película!.
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