Hoy he vuelto a visitar a la playa Atlántica, playa con olas, playa con mareas y además que precisamente llegué con la marea baja y a la que tanto deseaba. Deseaba su silueta de arena mojada y su aroma a algas atlánticas y sus contornos de mujer. Deseaba una puesta de sol y al mismo tiempo que la luna se mostrara, pues deseaba las dos cosas a la vez. Playas playas son las Atlánticas y ya sean gallegas, portuguesas o gaditanas y calas son las mediterráneas y cada cosa tiene su punto y tiene su historia.Como el día estaba nublado no me bañé y como eran ya las 7 de la tarde nadie estaba en el agua, salvo mi hijo pequeño que se dejó engullir por las olas, pero solo 5 minutos y salió temblando como tiembla una hoja seca con el viento. Después un poco de ejercicio de observación y entonces ví que todo seguía igual, vamos como si nunca me fuera de allí. Partidos de fútbol de chavales sobre la arena dura y mojada y chupando pelota como siempre. Más allá jugando una pareja a las palas y sentí una profunda envidia y no por la pareja sino por las palas con las que jugaban.
Y bueno la pareja pesada y empalagosa que siempre hay y dándose un buen lote y besos y caricias y demás baboserías y que llegan a eso, a empalagar. El gordo paseando despacito y de vez en cuando echándose una carrerita de cuatro metros y todo para después comer más feliz y a su vez para engordar más. Y las que tías que van piando a la orilla del mar y que no dejan títere con cabeza y que son capaces de desguazar un barco sin otras herramientas que su propia o impropia lengua. Claro que también me pregunté si toda esa gente se merecía estar en una playa tan bonita, vamos si tenían méritos suficientes para poder estar allí y por supuesto no me contesté, porque yo no soy fiscal, ni soy juez, yo soy un tío que fui feliz mientras estuve allí, allí junto al Atlántico, en donde yo nací.
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