Yo me acuerdo que cuando follaba me gustaba mucho que me dijeran, ¡qué bien lo has hecho! y ya era la hostia si me decían, ¡nunca he disfrutado tanto como contigo!. No sé, te subía el ego y te sentías el Cid Campeador. Ahora no, ahora prefiero que no me digan nada, porque no me lo creo y porque ya no tengo esa necesidad de sentirme el Rey León, ahora me conformo con sentirme felino como un lindo gatito. Y no sé el porqué antes necesitaba que me dijeran que era una bestia folladora, supongo que todo es producto de la inseguridad.
Supongo que el sexo me daba placer y miedo y por ese miedo, necesitaba considerarme el primero, el número uno, el campeón del Olimpo. La inseguridad necesita de cosas agrandadas y deformadas. Y ese miedo se mezclaba con el mundo de los celos, con esa vieja bruja, que se llama celotipia y que casi todos algún día padecimos. Y los dos, el miedo y los celos, jugaban contigo, un poco de miedo y otro poco de celos y al final, todo se complicaba y ya no sabías si querías a esa persona o si en realidad, la odiabas.
Los celos deshacen los vínculos del querer. Los celos son subjetivos, porque eres tú el que los vives y eres tú el que te comes los cuernos, si realmente había cuernos por el medio. Porque los celos son como una telaraña que todo lo enmaraña y al final, se hacen los dueños de esa relación y donde había mutua confianza, después hay mierda ácida y corrosiva. Hay gritos desgarrados, hay sufrimiento sin razón, hay muchas situaciones inventadas. En consecuencia, esa relación se convierte en una batalla sin saber quién coño es el enemigo y no te das cuenta que el enemigo lo llevas dentro o sea, que te conviertes en un poseído por los celos.
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