No sé, seguimos en la lucha entre el bien y el mal y me supongo que el bien es el sol y el mal, es la lluvia, siempre fue así, el sol bueno y la lluvia mala. Aunque para mi es la revés, el bueno es la lluvia y el malo es el sol del verano, porque el sol otoñal me gusta y me gusta mucho, pero el del verano lo aborrezco. Además llevamos cuatro meses de sol veraniego y ya está bien, va siendo hora de que la cosa cambie. Es que en el fondo lo que pasa es que ya he decretado el Otoño, que llevo 15 días en ese período, que me muero de ganas por encender mi estufa de leña, mi gran y cariñosa compañera. Las tardes al lado de la estufa de leña son preciosas y mientras afuera se extiende la noche yo me envuelvo entre sus manos calientes. Son como caricias suaves y cariñosas...son brazos y abrazos inhumanos. Es la magia del fuego.
Pero mientras escribo esto está lloviendo, vuelve a llover, a pocos, a ratos, a pequeños ratos. No hay continuidad en la lluvia como no hay una alegría duradera. Las alegrías duran un instante, un dulce instante y por eso las alegrías son tan especiales y entre otras cosas, lo son por su fugacidad. Una estrella fugaz es preciosa por su escaso recorrido y una alegría lo es por su intenso contenido o por su explosión sin sentido. O acaso no es verdad que a veces te alegras por una puta nimiedad y en cambio otras veces, necesitas toneladas de razones para alegrarte la vida. No todo se mide bajo la lupa matemática.
Tú quieres querer, pero no siempre puedes querer, no sé, tiene que haber determinadas condiciones, que por supuesto, son cambiantes, varían según el día y la intensidad de la luz, porque el tono de luz influye y mucho sobre el estado de ánimo. Los hechos son hechos, pero no siempre son hechos comprobables, hay una parte de magia en la vida, hay algo intangible, etéreo, liviano y espeso como una nube, de densidad aire y tacto húmedo y que algunos lo identifican con la magia y que otros los confunden con los espíritus, espíritus y magia van juntos, van de la mano y se quieren mutuamente.
Pero mientras escribo esto está lloviendo, vuelve a llover, a pocos, a ratos, a pequeños ratos. No hay continuidad en la lluvia como no hay una alegría duradera. Las alegrías duran un instante, un dulce instante y por eso las alegrías son tan especiales y entre otras cosas, lo son por su fugacidad. Una estrella fugaz es preciosa por su escaso recorrido y una alegría lo es por su intenso contenido o por su explosión sin sentido. O acaso no es verdad que a veces te alegras por una puta nimiedad y en cambio otras veces, necesitas toneladas de razones para alegrarte la vida. No todo se mide bajo la lupa matemática.
Tú quieres querer, pero no siempre puedes querer, no sé, tiene que haber determinadas condiciones, que por supuesto, son cambiantes, varían según el día y la intensidad de la luz, porque el tono de luz influye y mucho sobre el estado de ánimo. Los hechos son hechos, pero no siempre son hechos comprobables, hay una parte de magia en la vida, hay algo intangible, etéreo, liviano y espeso como una nube, de densidad aire y tacto húmedo y que algunos lo identifican con la magia y que otros los confunden con los espíritus, espíritus y magia van juntos, van de la mano y se quieren mutuamente.
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