Los días pasan y en teoría también debería ir pasando lo demás, todo lo demás de lo que va quedando o sea, todo lo que damos por deshechable y que para nuestra desgracia es mucho más de que queremos reconocer. Y primer problema: la cosa engorda y si te descuidas un poco más tenemos el segundo problema: la cosa poco a poco coge autonomía propia y sin darnos cuenta nos encontramos con el tercer problema: la cosa empieza a decidir y ya nos encontramos con un gran problema (que es el cuarto problema): la cosa te pide la independencia y te saca banderas, te pone fronteras, te canta un puto himno todo patrio, se pone la mano en el corazón y por último te suelta una lagrimitas por aquellos caídos en las revueltas previas y ya está, Ya tenemos bien aderezada toda la receta del pastel.
Y la cosa o la patria ya tiene sus propias patas y ya anda y se ríe sola y entonces, el problema empieza ser: ¿qué coño hacemos con semejante pastel?. Pues ya tenemos bandera, ya tenemos fronteras, ya tenemos himnos patrios y solo nos falta el puto reconocimiento externo o exterior o sea, que los demás nos digan: ¡Uy, qué bonito! y ¡Uy qué preciosa nación!. Y va y la cosa vuelve a engordar y engorda por satisfacción patriótica y Amén y desde ese día, nos hacen creer que nos hemos liberado como nación y pueblo. Bueno la cosa dura un cierto tiempo, digamos que en estado de ebullición dura unos cuantos años (que no muchos) y entonces nos empezamos a encontrar con el quinto problema o problemón: La cosa se destiñe, la bandera se pudre, las fronteras se oxidan y el himno patriótico suena de cada vez a más himno de equipo de fútbol.
Y ¿qué fue de aquella gran nación? y entonces, es cuando nos ponemos a ver a nuestro alrededor y resulta que tenemos otras naciones a nuestro alrededor y que allí viven personas como nosotros y que juntos podíamos ser mejores como seres humanos y ahí viene la pregunta del millón (la sexta pregunta o problema): ¿qué pintamos haciendo el imbécil cada uno por su lado?.
Y la cosa o la patria ya tiene sus propias patas y ya anda y se ríe sola y entonces, el problema empieza ser: ¿qué coño hacemos con semejante pastel?. Pues ya tenemos bandera, ya tenemos fronteras, ya tenemos himnos patrios y solo nos falta el puto reconocimiento externo o exterior o sea, que los demás nos digan: ¡Uy, qué bonito! y ¡Uy qué preciosa nación!. Y va y la cosa vuelve a engordar y engorda por satisfacción patriótica y Amén y desde ese día, nos hacen creer que nos hemos liberado como nación y pueblo. Bueno la cosa dura un cierto tiempo, digamos que en estado de ebullición dura unos cuantos años (que no muchos) y entonces nos empezamos a encontrar con el quinto problema o problemón: La cosa se destiñe, la bandera se pudre, las fronteras se oxidan y el himno patriótico suena de cada vez a más himno de equipo de fútbol.
Y ¿qué fue de aquella gran nación? y entonces, es cuando nos ponemos a ver a nuestro alrededor y resulta que tenemos otras naciones a nuestro alrededor y que allí viven personas como nosotros y que juntos podíamos ser mejores como seres humanos y ahí viene la pregunta del millón (la sexta pregunta o problema): ¿qué pintamos haciendo el imbécil cada uno por su lado?.
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