
En cada charco
duermen las esporas de esos seres que algún día tendrán cuerpo y mente,
y los batracios clonados en diminutos seres que no paran de saltar,
que saltan sobre la aterciopelada y sucia superficie llena de magia,
que refleja el cielo y la tierra en un juego de espejos,
es que hay tanta vida en un charco,
hay tanta vida transitoria
que sabe que depende de la existencia de ese mar en calma,
o a no ser que llegue una bota o un zapato,
que se encargue sin ninguna aflicción,
de finalizar una parte de la vida del charco,
mientras se escuchan risas humanas,
carcajadas oníricas que retumban en las paredes de un sueño,
pero en éste caso,
puede más la potencia destructiva de la bota,
que el poder que tiene un sueño...
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