ELEGÍA (Robin Morgan)






ELEGÍA

f r a g m e n t o 

(...) Sí, di sus nombres. Como si decir sus nombres pudiera revivirlas. Pero decir sus nombres las vuelve reales, no las deja desaparecer, al menos por un momento. (...) Cuántos nombres más, demasiados, una lista tan larga que se pierden los preciosos detalles únicos de cada individuo y la vida insustituible, solo otro nombre desdibujado por los números, extraviados en el esfuerzo por recordar quién cuándo cómo fue asesinada cómo dónde por qué fue él quien mató cuándo termina esto, ¿Cómo hacemos para detenerlo? Todos los humanos cometemos errores, seguro, pero cometer el mismo error una y otra vez, no es un error, cómo negarse a tragarlo, vomitarlo, se tarda demasiado en aprender a hacerlo.

No muestro mi desesperación en este espacio. Este espacio es para confortar, informar, ser útil. Escribo aquí en prosa. La prosa es el lenguaje de los hechos, la ley, los informes, la lista de la compra, la carta, el discurso, la nota de cabecera que se apuntó después de esa pesadilla que realmente no quieres recordar, pero es mejor no olvidar. La poesía es el lenguaje de la verdad. La poesía, un reactor nuclear, se construye lo suficientemente fuerte como para contener la energía de la desolación, captar el poder de esa energía, canalizarla, dejarla batir. La prosa es el lenguaje de la venganza. La prosa firma órdenes ejecutivas, lanza conferencias de prensa y ladrillos a través de los escaparates. Sin embargo, la prosa es brillante para razonar, para recuperarse, para seguir adelante. La poesía también hace todo eso, con un chasquido de dedos, pero también lleva una cazuela horneada a la casa de la madre de la mujer muerta, deja una rosa en la acera en el lugar donde el muerto fue asesinado. La prosa incita a la rabia, invoca la paz, forma comités, promete cambios, aprueba leyes, a veces incluso hace cumplir algunas. La poesía identifica el cuerpo. La poesía cierra los párpados y cierra la bolsa con cremallera sobre la cara.

La poesía es donde soy libre de sangrar. Entonces aquí el medio es la prosa, ya que mi dolor no cambia nada. Al planeta le queda poco tiempo, para mí menos aún, mi piel sigue siendo siempre blanca, y mis herramientas siguen siendo solo estas palabras. Pero el duelo de mañana requiere que nos pongamos de pie y nos arropemos con nuestra mejor desesperación, un paso a la vez, con la cabeza en alto, como si fuéramos invencibles, haciendo lo que podamos centímetro a centímetro hasta que se acabe nuestra parte. 

Perdóname por dejarte echar un vistazo a esta hora desolada, incluso si ¿Quién se atreve a decir que tú o yo no tenemos derecho a la desesperación?

Mi agradecimiento y respeto van a la prosa por haber liberado estas palabras del apretón que asfixia, dejarlas respirar, permitirme reclamarlas, dejarlas ir y reconocer su paso.

El poema se sienta junto al ataúd y llora.

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JULIO CORTÁZAR