No recuerdo como era la muerte,
si iba de negro o de blanco brillante y satinado.
No recuerdo si ocultaba su cara bajo un velo de
encaje negro
o bajo una capa de densa y blanca neblina
y tan blanca como la nieve recién caída.
No recuerdo si tenía dientes de leche o de mala
leche,
no sé si bebía agua o aguardiente.
No recuerdo si tenía halo o era una simple calavera colgada de un pino.
No recuerdo si hablaba en silencio,
o si el silencio la atravesaba como un disparo de aire comprimido.
No recuerdo si tras ella había más vida
o si era un anuncio premonitorio de que vendría más muerte...
Yo me quedo con su acento extranjero,
con sus maneras filantrópicas y altruistas
y con el suave tacto de sus delicados dedos,
claro que para ello tiene que venir de buenas
y dejar el dolor en la puerta de entrada
y así la muerte y por mi parte...
estaría plenamente bendecida.

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