Ser poeta en una isla
te hace ver
que se puede escribir poesía rodeado de mar.
Tampoco hace falta ir a una isla solitaria
en las antípodas del mundo,
llega con que los que viven a tu alrededor
no te den el coñazo ni te den la brasa,
vamos, que te dejen vivir en paz y en tu puta armonía.
Yo, para ser poeta de verdad,
necesito tener una casa como en la que vivo,
ancestral, de muros anchos como murallas,
de techos altos e inmensos,
de poco ruido de coches,
alegre, bien aireada,
llena de plantas y flores,
cocina amplia y grande,
bien orientada al sol que más calienta,
que muestre sus arterias de vigas de madera
y que cuando yo quiera
me pueda perder dentro de la jungla de sus habitaciones.
Después, te sientas
y tus manos empezarán a escribir el poema.

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