Hoy es un día más en este planeta tierra. Sigue la puta ola de calor que poco a poco nos va matando y sobre todo, mata a los viejos. Y ya se sabe lo que acaba pasando que lo que más odias como causa de tu muerte, pues seguramente será la causa de tu muerte. Y yo odio morir en caliente, todo sudado, todo podrido y con ese aroma a carne a la brasa. Prefiero morir ahogado en la bañera llena de agua fría y cubitos de hielo o congelado en el más duro de todos los inviernos. Y puestos a escoger, yo pediría una muerte en el acto y para mi nada sobrecogedora y porque ya estaría en el otro barrio. También la preferiría sin dolor físico o sea pediría una muerte dulce o una muerte perfectamente planificada. Pero ésta última posibilidad la veo muy difícil de tomar por mi parte y porque mientras me quede un gramo de esperanza metido en mi cuerpo, no soy capaz de contemplar la posibilidad de una muerte planificada. Claro que esto que digo, lo hago ahora y habría que ponerse en el contexto de padecer una enfermedad muy doloroso e incapacitante y que no te deje hacer nada, de que dependas de los demás en todo, que ese dolor incoercible sea canceroso y porque ya sabemos que el cáncer no tiene compasión ninguna. Y entonces y así situados, sería el momento de volver hacer la misma pregunta y porque a lo mejor, tendría más en cuenta esa posibilidad.
Nunca digas que de ese agua nunca beberé y porque seguramente y si estás en pleno desierto sediento y por falta de agua, lo dicho tendrás que beber del agua que haya y a lo mejor te toca beber de esa agua a la que antes habías despreciado. Y eso pasa con todo en ésta vida de mierda pero que a la vez, tanto me gusta. Me gusta la vida, siempre me gustó y hasta en mis peores momentos (que los tuve) había algo a lo que me agarraba para seguir viviendo. Y la verdad, es que ni sé como, ni el porqué, siempre tuve a mano un salvavidas que al final, siempre me dio fuerzas para seguir viviendo. No todo es medible y cuantificable y a veces no sabemos porque nos pasan algunas cosas y de donde salen esas fuerzas extrañas que te hacen seguir hacia delante y cuando eras un puto desperdicio como persona. Yo en mi vida he pasado por todas, drogas de todo tipo y a veces, sin medida y venga a quitarme y venga a volver y venga tratamientos de todo tipo, incluidas las desintoxicaciones y ser carne de algún psiquiátrico durante un mes y al cabo de algunos años, durante otro mes.
Pasé por psiquiatras, psicólogos, terapeutas y todos fracasaron, todos menos uno y porque aparte de ser psiquiatra y muy bueno, era muchísima mejor persona y eso era lo que más agradecía de él. Me oía, me escuchaba y no trataba de diagnosticarme dentro del espectro de las enfermedades mentales y por eso nunca me puso un sello que me encorsetara dentro de una enfermedad mental determinada. Creo que al final, éramos más amigos que otra cosa, pero que dada la complejidad de mi tema y los vaivenes que yo tenía, pasó que con el paso del tiempo y el factor distancia, pues yo me fui a vivir a larga distancia de él, la cosa se fue enfriando y poco a poco fui perdiendo contacto. Pero en mi memoria lo tengo guardado como una persona muy noble y muy preocupada por la evolución de sus pacientes. No te daba consejos, él te decía como te veía y las posibles alternativas que tenías y tú eras el que tenía que escoger una de ellas. Y años después, yo escogí la mía y en gran parte lo he hecho gracias a él.

No hay comentarios:
Publicar un comentario