RECUERDOS DE VERANO
Hay recuerdos que tienen la capacidad de por sí, de erizarte todos los pelos del cuerpo. Algunos, son tan vívidos, brillantes y claros, que llegan aproducirte miedo. Pues cuando tú los viviste, por supuesto no tenías nada claro que te iban a quedar tan grabados en tú cortex, simplemente los viviste en ese determinado momento.
Ahora, con el paso de los años, de muchos años y hablo de la friolera de más de 40 años, esos recuerdos te asaltan sin piedad e incluso se muestran más desnudos que en aquel momento concreto. Hasta la luz de ese día, hasta los árboles que te cobijaban, hasta la arena, hasta el océano. Todo esto está fijado en mi retina, está en ésta serie de fotografías.
Se mezclan tardes de bicicleta por senderos estrechos, senderos bordeados de maizales, viñedos y patatales. Tardes de guateques con rudimentarios tocadiscos. Tardes de los primeros escarceos con el sexo opuesto. Bailes arrimados y los diversos trucos para arrimarte y rozarte. Tardes de "robar" uvas, ciruelas, manzanas y melocotones. Tardes de partidos de fútbol...
Las mañanas, eran mañanas soleadas, como corresponde en Verano y por tanto en su mayoría fueron mañanas de playa. Lo que más recuerdo, lo más ancestral, era la playa con la marea baja. Me encantaba ver como se desnudaba la playa, como dejaba una explanada de arena mojada, y como esa arena se llenaba de reflejos dorados. Y sobre esa alfombra, recuerdo los paseos por su orilla con los pies bañados por la espuma. Los paseos, las carreras con mi perro, los revolcones, las guerras de bolas de arena y como no, los partidos de fútbol. Los partidos de fútbol en ese campo de arena mojada eran una delicia. Recuerdo, el daño que hacía el balón al chutarlo (por el roce de la arena), el sudor sobre tú piel desnuda, las camisetas en gruño a modo de palos de portería, la brisa marina, las patadas en la espinilla y el baño final, el baño como premio a ganar o a perder, el baño a simplemente haber jugado un partido.
Recuerdo el tranvía, sus vagones, sus asientos de madera barnizada, sus raíles de hierros paralelos, su ruido y sus chirridos. Me fascinaba el tranvía, su estética colonial raída, su nervio de acero lento, sus movimientos de paquidermo. Todo lo que llevaba y le rodeaba me entusiasmaba.
En esos tiempos de los que yo hablo, la playa de Samil (playa de Vigo) era una playa virgen. No había muros, tampoco chiringuitos, ni parking de coches, ni paseo. Era simplemente una playa de blanca arena y con unas dunas preciosas, que se adornaba por su parte trasera de un frondoso bosque de pinos. Ésta playa, los días de fuerte marejada quedaba cubierta su orilla de abundantes algas. De grandes algas del océano Atlántico, largas, correosas y olorosas.
Otro sitio encantado dentro de ésta misma playa eran las rocas. En concreto había un puñado de rocas que formaban una pequeña península ( si no recuerdo mal, se llamaba la "Punta"). Con la marea alta, quedaban aisladas rodeadas de agua y por tanto había que llegar nadando. Con la marea baja quedaban al desnudo y se podía comprobar, de aquellas, que eran ricas en vida. Rezumaban actividad en cada charco (pequeños peces, cangrejos, camarones) y de sus paredes colgaban vidas parasitarias (lapas, mejillones, caracoles). Ëstas rocas eran una verdadera fuente de vida inquieta.
Cuando yo me desplazaba hasta éstas rocas, dentro de mí erupcionaba un volcán, me transmutaba en un apéndice más de las rocas. Aquí, en mi reino de las rocas, yo dejaba caer el telón y me creaba un mundo fantástico. conocía todos los entresijos de las rocas, rebuscaba en sus escondrijos, escudriñaba en sus recobecos y con todo ello elaboraba un plano mental milimétrico. Aún así, conociendo tan a fondo las rocas, siempre me sorprendían y en cada charca aparecía un nuevo ser, un ser distinto. Es como si las rocas parieran vida. En ésta minúscula isla rocosa, aprendí a mariscar en roca (mejillones, lapas, caracoles o minchas o caramuxos), tambien aprendí a reflexionar para mis adentros, a meditar y a poder escapar de esta mierda de mundo.
En éste pequeño universo, tenía instalado una agencia de viajes. Sacaba billete a muy diversos sitios, a otro continente, a otra galaxia, a otra historia. En cada viaje se repetía la secuencia, mi mente viajaba y mi cuerpo se quedaba pasmado y extasiado. En éste mundo, mi mundo no tenían cabidalas broncas, ni las peleas, ni los gritos, ni las amenazas, ni las penas. Era un viaje mágico, un viaje astral, donde el tiempo no llevaba su reloj de pulsera y donde la quietud, el cariño y la armonía eran su único lema.
Otro paraíso paralelo, era cuando andaba cuando andaba en bici. Sobre todo cuando andaba por senderos ya conocidos, pues eso me hacía soltarme y ponía de forma inconsciente el piloto automático. Iba como va un zombie en bici. La diferencia con los sueños en las rocas, estribaba en que en bici los sueños seguían una sucesión rápida, seguían el ritmo de la bici. Soñaba que ganaba campeonatos, premios y trofeos y que quizá algún día me iría de casa al más allá o a la tierra de nadie montando en bici.
Había otro rincón para mis alucinaciones, era un rincón escondido en una esquina de la finca. Una esquina que se protegía del mundo exterior por tres escudos. A mi espalda, quedaba un grandioso y robusto muro de piedras de granito ( el muro que rodeaba toda la finca). Por delante, tenía una espléndida cortina de malas hierbas, que impedían la visión desde la casa. Y por arriba, y es lo más importante de todo, se cubría con una parra de vid. A ambos costados quedaban dos largos pasillos enmarcados dentro de la viña. Aqui, en éste rincón del mundo, la parra bajaba en altura y se quedaba a un metro escaso del suelo. mejor, así aumentaba la sensación de proteción, de cueva, de cobijo, de útero materno. El sol penetraba entre las hojas de parra y al compás del viento iba cambiando su juego de luces y sombras.
Cuando en mi casa amenazaba tormenta yo me escapaba a ocultarme en mi rincón del alma. En él no tenía apenas nada, tan sólo una piedra, lo suficiente plana para poder sentarme en ella. Tambien divisaba los trocitos del cielo, ya que lo veía a través del filtro de las hojas de la parra.
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